Rite expiatis
Rite expiatis (en español, Debidamente purificados) es la octava encíclica de Pío XI, datada el 30 de abril de 1926, con ocasión del séptimo centenario de la marcha al cielo de San Francisco de Asís. San Francisco de AsísGiovanni di Pietro Bernardone, que sería conocido como Francisco de Asís, nació en esa ciudad el año 1181 o 1882[1] Hijo de un próspero comerciante, en su primera juventud llevó una vida despreocupada sin reparar en gastos y no alejado del pecado; sin embargo, según se cuenta una enfermedad fue la ocasión de que recapacitase sobre su tenor de vida y llegase a optar por la pobreza.[2] Durante un tiempo dedicó sus esfuerzos a la reconstrucción de iglesias en ruina[3] pero fue hacia 1208 cuando entendió que Dios le pedía iniciar con unos compañeros un modo de vida pobre; formuló la regla que debía vivir los miembros de esa comunidad y la sometió a la aprobación del papa Inocencio III, lo que finalmente sucedió a instancias de Guido, obispo de Asís.[4] Los años siguientes contemplaron el desarrollo y crecimiento de la primera orden fundada por Francisco, a la que se añadió una segunda orden femenina, con la colaboración de Clara de Asís, y más tarde una Tercera Orden seglar a la que pudieran integrarse los numerosos seglares, seguidores de Francisco.[1] Su fervor apostólico le llevó a Palestina y Egipto, aunque los últimos años de su vida transcurrieron en su Umbría natal, y especialmente junto a la iglesia de la Porciúncula, cerca de Asís. En esta ciudad falleció el 3 de octubre de 1126.[1] Contenido de la encíclicaFrutos que deben esperarse de la celebración de este centenario
El papa expresa desde el inicio de la encíclica el deseo de que la celebración del séptimo centenario de la muerte de San Francisco sea una oportunidad para que se conozca el verdadero espíritu del santo, y que su ejemplo y sus enseñanzas ayuden a que los fieles de la Iglesia crezcan en caridad y espíritu de penitencia. De acuerdo con este objetivo Pío XI expone con amplitud, en una de sus encíclicas más extensas, la vida y las virtudes del santo y la reforma de las costumbres que ocasionó con su ejemplo y predicación. La vida de San FranciscoVivió San Francisco en unos tiempos difíciles, en que el lujo y la codicia convivían con la miseria de los más pobres, y en el que las luchas entre las ciudades, y dentro de ellas, producían su devastación, acompañadas de incendios y matanzas. Es en ese ambiente en el que Francisco, hijo de un rico burgués y en medio de una vida alegre y regalada es movido por Dios para despreciar los bienes terrenos y preocuparse de los espirituales. La encíclica expone con fuerza el modo heroico en que San Francisco vivió la pobreza, la humildad, la castidad y, especialmente la práctica de la caridad. Recoge así la encíclica la alabanza que el propio Francisco hizo de la pobreza, escribiendo de ella
Destaca la encíclica la humildad del santo, y el modo delicado con el que vivía la obediencia, hasta el punto de que, aunque era el fundador de su Orden, quiso someterse a la voluntad de uno de sus compañeros, y -en cuanto le fue posible- abandonó el gobierno de la Orden, y ya antes quiso someter las reglas que para ella había escrito al papa Inocencio III, y acogió después las reglas tal como se las entregó Honorio III. Una actitud bien distinta de la que mantuvieron algunos falsos reformadores que, como explica Pío en XI en la encíclica, escondían bajo esa pretensión un rechazo de la disciplina eclesiástica y una rebelión respecto a la Sede Apostólica. Movió a la reforma de las costumbresPasa el papa a exponer el papel desempeñado por Francisco en la reforma de las costrumbres de su época. Junto a la iglesia de San Damián
Obtuvo así unos increíbles resultados, tanto por su palabra, como por su ejemplo; con innumerables conversiones conversiones, a las que acompañan con frecuencia el abandono de los bienes terrenos por amor a la vida evangélica. Francisco en ocasiones se veía obligado a rechazar esos ofrecimientos de seguimiento, pues consideraba que era esa su vocación; por esto decidió, unir a las dos órdenes que había fundado, una Tercera Orden
La regla determinaba con detalle, el modo de ingresar en la Orden -tras un año de noviciado- mediante una promesa de fidelidad a la Regla, que exigía el previo consentimiento del esposo o esposa del candidato; quedaba reglamentado el modo de vestir, conforme a la honestidad y la pobreza, y la moderación de los adornos femeninos; el rezo de las horas canónicas, la recepción al menos tres veces al año del sacramento de la Penitencia y la eucaristía, etc. La difusión de esta Tercera Orden, y el ejemplo de sus miembros produjo una verdadera reformas de las costumbres, y un renacer del sentido cristiano en la sociedad. Desde entonces la fama de santidad de Francisco se ha difundido en todo el mundo, y la admiración del Santo de Asís, ha crecido hasta nuestros días, también al comprobar a través de sus escritos su sencillez poética, su amor a la naturaleza y su patria. El papa hace notar que aunque todos esos valores son verdaderos, es secundario, y no deben ocultar el amor a Dios que encierran. Siendo importante es secundario, Solemne celebración de este centenario y exhortaciones a la familia franciscanaLa última parte encíclica se dedica a mostrar la alegría del papa por la solemnidad y extensión con la que se está celebrando este séptimo centenario, pero exhorta para que todos estos actos den lugar a una mejor conocimiento del espíritu de San Francisco, de modo que tal como pedía León XIII, en su encíclica -con motivo del séptimo centenario del nacimiento de Francisco de Asís, que con motivo de la participación de estos actos, "admiren sus excelentes virtudes, saquen algún ejemplo y procuren hacerse mejores al imitarlo".[5] Continúa el papa con unas exhortaciones dirigidas a cada una de las tres órdenes fundadas por Francisco: a la Primera Orden les pide que
Recuerda a la Segunda Orden que por sus oraciones
Concluye el papa, como es habitual en las encíclicas, impartiendo la bendición apostólica. Véase también
Referencias
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