Inmaculada Concepción (Museo Catedralicio de Orense)
La Inmaculada Concepción es una obra realizada por Mateo de Prado en 1658. Está ubicada en el Museo Catedralicio de Orense (Galicia, España). HistoriaImagenSegún consta en los acuerdos del 8 de febrero de 1656, del 3 de junio de 1658 y del 27 de enero de 1659,[1]: 128 Mateo de Prado recibió en 1658 el encargo por voluntad testamentaria del deán Antonio Sotelo y Novoa[2] de un retablo y dos esculturas, una imagen de la Inmaculada Concepción y una talla de San Antonio Abad, para una de las capillas del deambulatorio de la Catedral de Orense. Tal y como figura en el testamento:
En el contrato, firmado por Mateo de Prado y el cabildo el 11 de junio de 1658, constan, además del encargo del retablo y las imágenes, el lugar que debían ocupar las tallas, las características que tenía que poseer la Inmaculada, y la libertad de la que gozaba el escultor en general para la hechura de la obra, hallándose el documento firmado por los testigos Isidro de Montanos e Isidro de Montanos el Mozo, ambos vecinos de Orense:[4]: 124
La frase «por ser tan gran Maestro no se le pone límite, porque se entiende ha de hacerlo todo con grandísima perfección», denota una gran admiración y respeto por la labor de Prado ya que una expresión semejante resulta llamativa teniendo en cuenta que en un contrato de estas características lo habitual era explicar con minuciosidad cómo debía ser la obra además de ponérsele precio y cuantificar la multa que se impondría al escultor en caso de incumplimiento de lo acordado. Para dejar por escrito una afirmación como esta el cabildo debía conocer necesariamente algunos trabajos de Prado, como los retablos de la Conversión de San Pablo (1656) y de la Asunción (1657-1658), ambos en el deambulatorio de la catedral, así como su obra en el Monasterio de Santa María la Real de Osera, existiendo la remota posibilidad de que conociese también su producción en Santiago de Compostela y alrededores.[3]: 59 Junto con las anteriores piezas, el artista ejecutó también para el deambulatorio de la catedral una talla de San Antonio de Padua tal y como hizo constar el escritor Benito Fernández Alonso:
En la segunda mitad del siglo xviii tanto el retablo como la imagen de la Inmaculada se encontraban en estado ruinoso a consecuencia de la humedad,[2] por lo que en 1778 el deán Antonio Francisco Salgado y Vergara dispuso su retirada y sustitución por un nuevo retablo y una nueva talla de la Virgen,[6]: 49 pasando la antigua imagen de la Inmaculada, lo único que se conserva del conjunto original,[7] al Museo Catedralicio. Por su parte, la talla de San Antonio, existente a comienzos del siglo xx y hoy perdida, sería reemplazada por una imagen de San Francisco de Paula.[1]: 128 En cuanto a los problemas de humedad, estos no afectaron únicamente a esta capilla sino a todas las del deambulatorio por el hecho de hallarse esta parte de la catedral a un nivel inferior con respecto al pavimento exterior. De acuerdo con una queja del cabildo con fecha del 7 de septiembre de 1709:
Pese a que el retablo ya no se conserva, la escritura contractual aporta datos suficientes como para efectuar una reconstrucción del mismo. La estructura habría corrido por cuenta de Bernardo Cabrera, colaborador habitual de Prado, mientras que el hecho de que la pieza tuviese que cubrir la totalidad del muro frontal de la capilla implica que la misma debía de poseer una espléndida factura, circunstancia evidenciada por su elevado precio, el cual fue de 500 ducados. Debido a que en el contrato se mencionan «dos huecos o cajas de abajo a arriba», se puede dilucidar que el retablo se hallaría compuesto por un total de dos cuerpos centrados por hornacinas y decorados con columnas salomónicas, esto último teniendo en cuenta el estilo personal de Cabrera,[4]: 124 quien en 1625 introdujo en España este tipo de pilares con el retablo destinado a la Capilla de las Reliquias de la Catedral de Santiago de Compostela, pieza destruida en un incendio acaecido el 2 de mayo de 1921 y de la que apenas quedan fragmentos de las columnas, los cuales se conservan en el Museo Catedralicio.[9]: 653 CapillaLa construcción del deambulatorio de la seo, en cuya zona central se encuentra la capilla, supuso la modificación del triple ábside original del testero, obra imprescindible para la yuxtaposición de esta área del templo. El principal cometido de dicha labor fue la instalación de una serie de capillas así como de ventanales en la sección superior para dotar de iluminación a la girola, todo ello acorde a la traza de Simón de Monesterio, cuya muerte afectó seriamente a la conclusión de la reforma,[nota 1] la cual, además de variar por completo la primitiva planta de la catedral y de provocar la total e irreparable destrucción de la antigua cabecera (pérdida lamentada por Manuel Sánchez Arteaga), no buscó armonizar la arquitectura grecorromana con la románica original de los siglos xii y xiii.[1]: 101 Inicialmente estaba proyectada la construcción en esta parte de un pequeño recinto circunvalado, destinado a atrio o claustro, que se iba a extender un poco más allá de la cabecera; este espacio recibía el nombre del santo patrón de la seo, San Martín, y en él fueron sepultados numerosos prebendados, varios de los cuales contaban con monumentos o sarcófagos, albergando el resto simples lápidas con inscripciones.[1]: 102 En el cabildo celebrado el 15 de junio de 1615 se acordó la construcción del deambulatorio, disponiéndose cédulas en todas las partes donde hubiese oficiales con el fin de que fuesen convocados para ajustar la obra. El 18 de mayo de 1618, ante el escribano Gregorio López de Cárdenas, se otorgó la escritura de contrato entre el cabildo y Monesterio, fijándose el precio en 7400 ducados. Las obras comenzaron en 1620, año en que fueron demolidas las capillas absidales menores, dedicadas la del norte a los santos Facundo y Primitivo (anteriormente al papa San Eleuterio) y la del sur a Santa Eufemia, la cual fungía como parroquia y fue en consecuencia trasladada a la Capilla de San Juan,[nota 2] si bien las reliquias de la mártir permanecieron en el sarcófago original, situado en el paramento exterior sur de la capilla mayor, frente a la sacristía, mientras que las reliquias de los santos Facundo y Primitivo se dejaron en los lucillos correspondientes: uno en lo alto del muro situado junto a la puerta lateral norte de la capilla mayor y el otro en el paramento exterior sur de la Capilla del Santo Cristo (los restos de los tres mártires serían trasladados el 23 de junio de 1720 a su emplazamiento actual por disposición del obispo Juan Muñoz de la Cueva).[1]: 102 [nota 3] Cinco de las siete capillas de la girola fueron levantadas siguiendo un mismo diseño, motivo por el que arquitectónicamente son idénticas y tan solo se diferencian en la decoración; las otras dos, ubicadas en los extremos, constituyen realmente arcosolios, motivo por el que son diferentes de las cinco capillas restantes además de poseer unas dimensiones mucho menores. Respecto a la Capilla de la Inmaculada, también llamada Capilla de la Concepción o Capilla del Buen Jesús, esta fue fundada a comienzos del siglo xvii: en 1623 Sotelo y Novoa dispuso en su testamento, firmado ante el escribano Juan de Neboeiro, que sus herederos concertasen con el cabildo la compra de una de las capillas que en ese entonces se estaban construyendo en el deambulatorio de la catedral, detrás de la capilla mayor,[1]: 126–127 ordenando que la misma fuese puesta bajo la advocación de la Purísima Concepción de Nuestra Señora y señalando que en caso de fallecer antes de construirse la capilla (como finalmente ocurrió), su cadáver debía ser sepultado donde se hallaba enterrado Aparicio de Sitien, su antecesor en el cargo de deán, y ser trasladado a la misma una vez finalizada.[4]: 196 Para el cumplimiento de este mandato legó 500 fanegas (entre 37 500 y 62 500 kilos) de centeno que tenía guardadas en Paderne más doscientos moyos (51 600 litros) de vino almacenados en la ciudad y todo el remanente de su herencia,[1]: 127 dejando constancia de que la capilla constituía la beneficiaria universal de sus bienes y que estos debían costear su ornamentación: «[...] instituyo por mi universal heredera la dicha mi capilla [...]».[4]: 124 Sumado a esto, solicitó la celebración de una misa todos los sábados y responso a su final sobre su sepultura además de los oficios correspondientes al lunes de pascuilla:
La fábrica de la catedral percibió toda esta herencia a la muerte del deán, nombrándose como depositario de los bienes al arcediano de Varoncelle Pedro Vélez de Valdivieso. Sin embargo, la intromisión del corregidor de Orense en los asuntos y herencia de Sotelo y Novoa dio lugar a un pleito en el cual la Real Audiencia falló a favor del cabildo, lo que permitió la venta en 1633 de sus bienes en pública subasta.[4]: 124 En varias cuentas figura que la herencia fue empleada en la obra del deambulatorio en vez de únicamente en la decoración de la capilla, cuyo patronato recayó por testamento en Juan de Losada y Novoa y sus herederos, quienes a principios del siglo xx eran los señores de la casa de Pol, si bien su poder solo alcanzaba al cumplimiento de las memorias pías y al derecho a ser sepultados en la capilla al igual que el resto de los parientes del fundador, entre los que se encuentran los marqueses de Limia en calidad de descendientes de García de Espinosa.[1]: 127 DescripciónLa imagen, a tamaño natural y policromada, muestra a la Virgen con la cabeza alzada y la vista dirigida al cielo. El rostro posee rasgos delicados y la melena cae a ambos lados y se posa sobre los hombros. Los brazos están flexionados y las manos juntas en actitud orante, con las extremidades levemente desplazadas al lado izquierdo, lo que en cierta medida rompe la frontalidad en la que podría haber caído la imagen, detalle que deja patente una significativa evolución con respecto a la Inmaculada tallada por el maestro en 1656 para la Capilla de la Conversión de San Pablo. Viste túnica dorada ceñida con cíngulo y decorada con motivos florales, colgando sobre los hombros un manto corto tres cuartos también dorado. Los ropajes se caracterizan por mostrar pliegues angulosos dotados de gran rigidez y una caída casi vertical, lo que dota a la figura de un gran hieratismo, aunque la ampulosidad del manto aporta cierto carácter dinámico a la obra. La imagen, seguidora de unos tipos iconográficos distintos a los de Gregorio Fernández,[2] se apoya en una peana compuesta por una media luna con las puntas hacia arriba, varias cabezas de querubines y un dragón, todo ello muy mutilado, siendo las figuras del dragón y los ángeles apenas apreciables.[4]: 125 Notas
Referencias
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