Era hijo de Vicente Balanzátegui, natural de Mondragón y de María Josefa de Altuna, nacida en Zarauz. Su padre había sido capitán de Infantería en el Ejército isabelino y luchado contra los carlistas en la Primera Guerra Carlista.[2] Tercero de siete hermanos, Pedro Balanzátegui comenzó su carrera militar en la Academia de Infantería. Alcanzó el grado de Capitán de Infantería en 1845, habiendo sido condecorado, en 1844, con la gran cruz de la Orden de Isabel la Católica por los servicios prestados al Ejército español.[3] En uno de sus numerosos destinos, la ciudad de León, se casó en 1845 con Eusebia Escobar y Acebedo, Señora de Cembranos, y en 1847 pidió la excedencia del ejército para asentarse en la capital leonesa.
Política
Su plena integración en la vida política de la ciudad hizo que, en 1857, la reina Isabel II le nombrara alcalde de León, cargo que desempeñó en dos etapas: de 1857 a 1859 y de 1867 a 1868. Bajo su mandato la ciudad experimentó notables avances, sobre todo en el campo de las comunicaciones (ferrocarril), y en instalaciones municipales.[3]
Fracasada la rebelión en Astorga, Balanzátegui comandó una marcha por la zona de Boñar, donde se fueron sumando voluntarios a la causa, entre los que se incluyó Leoncio González de Granda. Perdida ya la insurrección a nivel nacional, su columna se encontraba el 3 de agosto en la zona oriental de la provincia de León, próxima a la Montaña Palentina. Allí, enterado de que tres columnas de milicianos y guardias civiles habían emprendido su persecución, decidió internarse en la provincia palentina con el objeto de huir después a Portugal.
Captura y muerte
Fueron alcanzados el 4 de agosto, sufriendo su contingente serias bajas, pero con unos cien hombres consiguió llegar a Velilla de Guardo, donde sus perseguidores volvieron a sorprenderles. Del tiroteo sólo escaparon él y otros dos compañeros, que emprendieron la huida hacia las montañas. Ya de noche, tras recorrer unos 7 km, llegaron hasta la villa de Valcobero, donde el sacerdote era conocido suyo, pero allí fue apresado por las fuerzas de la Guardia Civil junto a sus compañeros de huida, y fusilados junto al cementerio al amanecer del 6 de agosto de 1869.[3][4]
Antes de ser fusilado, se le permitió escribir una carta de despedida a su esposa.[n. 1][5]
Pedro Balanzátegui fue enterrado en el cementerio de Valcobero. Don Carlos escribiría una sentida carta de condolencia a la viuda,[6] y tendría un recuerdo especial hacia él al instituir en 1895 la fiesta de los Mártires de la Tradición.[7] En 1901 los restos mortales de Balanzátegui fueron trasladados por su sobrino Juan Balanzátegui[8] a la iglesia parroquial de Cembranos (León), localidad en la que vivió, y fue sepultado junto con su esposa en el panteón familiar que poseían en el presbiterio de la iglesia.[9][10]
Desde 1860 Balanzátegui fue cofrade de la leonesa cofradía del Milagroso Pendón de San Isidoro,[11] al igual que su hijo Rafael Balanzátegui, que militó en el carlismo y fundó un periódico en Madrid adscrito a esta causa.
En reconocimiento a su trabajo al frente del consistorio leonés, le fue dedicada a Pedro Balanzátegui una plaza en el barrio de Las Ventas de la ciudad de León. Asimismo, en 1963 requetés leoneses colocaron una lápida en su honor en la fachada del Palacio del marqués de Torreblanca, situado en la plaza de San Marcelo de León, donde tuvo su residencia familiar.[12]
En 2010 Iñaki Sierra Charola,[13] al parecer descendiente de Pedro Balanzátegui, donó al Museo del Carlismo de Estella cinco documentos, entre ellos la carta original que dirigió a su esposa antes de ser fusilado.[14]
Notas
↑ Eusebia de mi corazón:
Ha llegado el día en que tengo que presentarme delante de Dios de una manera inesperada, que no la esplico, pero que por lo visto ya no tiene remedio; y no quiero ocuparme de cosas que pudieran quizás lastimar á algunos y les perdono de todo corazón.
Del dinero que me encuentren, dispongo que los doscientos y pico reales se empleen en un duro para cada guardia que me dispare, para que vean que no les guardo rencor alguno, pues todos saben lo que yo he considerado y apreciado á la Guardia civil; el resto, para que el señor cura de aquí me haga el funeral y lo aplique en misas.
¿Y á ti? ¿Qué he de decirte amada de mi corazón? Ya sabes lo que te he querido durante mi vida, y muero amándote de todo corazón.
Siempre opuesto á las cosas políticas, en que jamás me he mezclado, declaro que sólo he salido de mi casa por cuestión religiosa; para defender la unidad católica, sin necesidad sacrificada en nuestra España, y considerando además el legítimo representante del Trono de España, y único á quien según la razón y la ley le pertenece, y como identificado con este mismo sentimiento católico que yo deseo defender también, al príncipe-Rey Cárlos VII, pero sin rencor á nadie de todos los demás que militan en otros partidos, como lo he acreditado con mi conducta.
Y para que no se sospeche que el esquivar los encuentros de los que nos perseguían era efecto de miedo, declaro que lo hice así para evitar derramamiento de sangre, convencido de que todos somos hermanos, y de que muy en breve tenemos que ser, ó mejor dicho, tienen todos que ser unos. Hago esta declaración para que no quede mancilla en mi acreditado valor, necesario para llenar mi deber en todas las cosas que he tenido siempre y lego á mi hijo, al cual, amándole de corazón le encargo y ruego que no olvide que su padre muere por la Religión santa; que procure tenerlo presente para imitarme en cuanto le sea posible, pero nunca para vengarse de nadie, perdonando la desgracia á quien se la acarrea, como yo mismo la perdono.
Doy á todos mis parientes y amigos y domésticos un recuerdo, siquiera sea triste y les ruego que encomienden mi alma á Dios; y, últimamente, siento dejarte en situación tan crítica, casi tanto como la muerte misma, y no me estiendo más para que no piensen que dilato la ejecución.
Estoy resignado, y entrego mi vida á Dios, como suya que es, que considero sea satisfacción de mis culpas, juntamente con los méritos de su santísima pasión y muerte, que no tienen límites.
Adiós amada mía; ruega á Dios por mi, como yo espero hacerlo desde el cielo á donde confío llegar, no por mi, sino por los méritos de mi divino Jesús, con cuyo dulcísimo nombre en los labios ó en la mente, desea y espera morir tu desgraciado esposo,
Pedro Balanzátegui Altuna