Entrada de Roger de Flor en Constantinopla
La Entrada de Roger de Flor en Constantinopla es un óleo sobre lienzo pintado en 1888 por el artista malagueño José Moreno Carbonero y conservado en la actualidad en el Palacio del Senado de la ciudad de Madrid.[1][2] La obra destaca, en palabras de la historiadora Ana María Preckler, por su «realismo minucioso, precisión de dibujo y compleja composición, mostrada con riqueza de personajes, gran versatilidad y alegre y vibrante colorido».[3] Y en el ángulo inferior derecho del lienzo aparece la firma del autor: «J. Moreno Carbonero / 1888».[4][2] Roger de Flor y los almogávaresEl tema representado es la entrada triunfal del caballero y mercenario siciliano Roger de Flor, al mando de 8000 mercenarios almogávares aragoneses y catalanes, en la ciudad de Constantinopla en 1303,[5][2] ciudad a la que acudieron a fin de socorrer al emperador Andrónico II Paleólogo en su lucha contra los turcos otomanos.[2] El anciano emperador bizantino aparece sentado en su trono de oro junto a su hijo y heredero, el futuro Miguel IX Paleólogo, mientras desfilan ante ellos los mercenarios al mando de su jefe, y al fondo del cuadro y a la izquierda puede verse Santa Sofía.[5] Está documentado, como señaló el historiador Manuel Serrano en 2014, que el emperador Andrónico II Paleólogo acogió a Roger de Flor con grandes muestras de afecto, que dispuso su alojamiento en el palacio de Blanquerna, y que emparentó con él mediante un matrimonio que le reportó al siciliano el título de megaduque y una soldada para los integrantes de su compañía, quedando constatada la magnificencia del emperador para con los mercenarios en el cuadro.[5] Y conviene añadir que el matrimonio antes mencionado fue el de Roger de Flor con María de Bulgaria, que era sobrina de una hermana del emperador y también del rey de Bulgaria.[5] Roger de Flor aparece en actitud triunfadora y recibiendo honores e incluso un «desmedido elogio» por parte del anciano emperador bizantino, que inclina la cabeza en señal de respeto.[6] Historia del cuadroEl lienzo se le encargó al pintor malagueño a fin de decorar el Salón de Conferencias,[7] conocido también como Salón de los Pasos Perdidos[a] del Palacio del Senado, que en la actualidad está adornado con el cuadro que nos ocupa y con La rendición de Granada,[8] de Francisco Pradilla y pintada en 1882,[9] con La muerte del marqués del Duero, de Joaquín Agrasot, y por último con Jura de la Constitución por S. M. la Reina Regente Doña María Cristina, comenzado por Francisco Jover y Casanova y terminado en 1898 por Joaquín Sorolla.[8][10][b] Todo lo relativo a los almogávares, además de «toda una aventura», llamó la atención de forma destacada en la España del siglo XIX, y precisamente en un contexto en el que el país intentaba dejar atrás la decadencia y recuperar su condición de gran potencia, de la que se había visto privada tras la emancipación de las colonias americanas, como indicó Antonio Joaquín González en 2019, quien se hacía la siguiente pregunta:[11]
La Entrada de Roger de Flor en Constantinopla siempre ha estado colocada frente a La rendición de Granada, de Francisco Pradilla, y conviene añadir que el encargo del cuadro le fue confiado a Moreno Carbonero sobre todo por la notable fama que había alcanzado con La conversión del duque de Gandía, con el que consiguió ganar la primera medalla en la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1884.[4] Y el historiador Carlos Reyero Hermosilla afirma que el Salón de los Pasos Perdidos constituye el mejor testimonio del triunfo rotundo de la pintura de historia, al servicio de los «ideales nacionalistas del Estado».[10] Este cuadro fue comenzado en París, ciudad en la que el autor se preparó para ejecutarlo. En la Biblioteca Nacional de Francia se documentó sobre el arte y la orfebrería bizantina, pero fue en su Málaga natal donde lo concluyó y donde llegó a colocarlo medio acabado en la Plaza de toros de La Malagueta a fin de poder captar de modo realista el efecto de la luz en los personajes, para lo que hizo posar como modelos a varios amigos suyos, según puede apreciarse en el grupo de individuos que acompañan al emperador bizantino.[12] Una vez terminada la obra el artista la envió a Múnich en 1888 a fin de que participara en la Exposición Internacional, y el cuadro finalmente llegó a la capital de España a principios de 1889, exponiéndose desde el día 8 de enero de ese año en el Palacio del Senado, y «siendo probable que S.M. la Reina se digne ser la primera en verlo», refiriéndose a la reina regente María Cristina de Habsburgo-Lorena, como fue publicado en el diario El Imparcial. En la noche del 20 de enero de 1889 se hizo un homenaje al pintor tras la compra del cuadro por el Senado,[12] y como ya había ocurrido con otros artistas en ese periodo,[12] el Senado subió el precio desde las 15.000 pesetas iniciales hasta las 40.000 que acabó pagándole por su obra.[13] Además, las intenciones reunificadoras y pacifistas del sistema de la Restauración, encarnada en la persona del difunto Alfonso XII, fallecido en 1885, hicieron que el Senado le encargara a Moreno Carbonero una gran obra que, al plasmar un tema vinculado a la historia de la Corona de Aragón, restara protagonismo a la siempre presente Corona de Castilla, que frecuentemente monopolizaba los temas históricos,[14] por lo que esta obra, junto con La campana de Huesca, de José Casado del Alisal, son los cuadros vinculados a la historia aragonesa de mayor renombre.[15] Moreno Carbonero no alcanzó demasiada gloria entre sus contemporáneos con este cuadro, ya que sólo fue expuesto en la Exposición Internacional de Múnich de 1888, aunque ello también se debía a estar destinado al Senado.[16] Pero los testimonios de la época muestran claramente «una satisfacción unánime», ante el que, como señaló C. Peñaranda en 1891:[16]
DescripciónEl propio autor del cuadro, José Moreno Carbonero, y según afirma José Luis Díez García,[17] proporcionó la siguiente descripción del lienzo, que también ha sido reproducida por otros autores:[4][c]
Análisis de la obraLa entrada de los almogávares en Constantinopla en 1303 supone el enaltecimiento patriótico de la «españolidad» y de la defensa del catolicismo, más allá de los límites geográficos de la Península ibérica, por lo que:
El tema elegido resulta insólito dentro de la pintura de historia y no alcanza el éxito enorme que alcanzó en la literatura, como por ejemplo con el drama Venganza catalana, de Antonio García Gutiérrez, o con la ópera de 1878 llamada Roger de Flor.[13] Dentro de la pintura de historia, esta obra fue una de las más «cautivadoras y espectaculares», pues siempre ha llamado la atención su aparatosa y grandilocuente escenografía, inspirada sin duda en otros cuadros parecidos, como la Entrada de Carlos V en Amberes, de Hans Makart y conservada en la Kunsthalle de Hamburgo, y asimismo por su particular «sentido decorativo», donde resultan insuperables su refinamiento y su magistral diversificación.[13] Además, la ejecución de la obra es admirable por su maravillosa plasmación realista de los objetos, gestos y actitudes representados. Y en la obra El arte en el Senado, editada en 1999, se afirmó también que:[13]
En lo que respecta a la escenografía, el pintor malagueño logró un espectacular efecto al colocar el plano del camino por donde desfilan los soldados a la misma altura del espectador, lo que obliga o aconseja contemplar la obra desde «muy bajo» si se desea disfrutar de toda su grandilocuente puesta en escena.[16] El autor se nos muestra con esta obra enormemente cercano al estilo imperante a finales del siglo XIX, al margen de la profunda carga ideológica del lienzo y de su magistral ejecución, ya que, valiéndose de un marcado y profundo contraste entre el aspecto rudo y fiero de los mercenarios, y el decadente y a la vez magnífico de la Corte bizantina, seduce y al mismo tiempo contradice con su mensaje.[13] Veintiocho años de edad tenía Moreno Carbonero cuando ejecutó, con admirable pericia técnica, esta «gran obra maestra» de la pintura historicista en la que puso de manifiesto su soberbia capacidad para pintar, que ya había demostrado desde su adolescencia, y la calidad de sus obras, que muy pocos pintores contemporáneos suyos consiguieron igualar.[16] El «refinamiento preciosista» alcanzado en todos y cada uno de los detalles del cuadro ha llevado a algunos eruditos a considerar incluso una lejanísima influencia del artista Mariano Fortuny, fallecido en Roma en 1874. Y todo ello sin olvidar lo añadido por Díez García en 1992:[16]
En la obra, los mercenarios almogávares aparecen desfilando en cortejo por las calles sembradas de hojas de mirto de la ciudad de Constantinopla, capital del Imperio bizantino, pero esta visión posiblemente nunca se materializó, ya que en opinión de algunos eruditos resulta improbable que unos mercenarios extranjeros que destacaban por su ferocidad e indisciplina fueran recibidos dentro de las murallas de la ciudad.[18] De modo que posiblemente lo que en realidad sucedería es que se animara a la Compañía a acampar fuera del recinto amurallado y en las proximidades del Kosmidion, que era el paraje donde se hallaba el antiguo monasterio de San Cosme y San Damián, y a la vista del palacio de Blanquerna, destinado a alojar a Roger de Flor.[18] La luminosidad y la excelente calidad cromática de la obra también llamaron la atención de los expertos, que la han comparado con la que en 1884 ejecutó el jovencísimo valenciano Joaquín Sorolla y que lleva por título Defensa del parque de artillería de Monteleón.[12] Véase tambiénNotas
Referencias
Bibliografía
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