Editae saepe
Editae saepe (en español, Proclamadas con frecuencia) es una encíclica de Pío X, fechada el 26 de mayo de 1910, unos meses antes del tercer centenario de la canonización de San Carlos Borromeo, al que conmemora en esta encíclica, exhortando a tomar ejemplo del modo en que defendió la fe y la Iglesia contra la reforma protestante, señalando su utilidad para hacer frente a los errores del modernismo. Tercer centenario de la canonización de san Carlos BorromeoEl papa Paulo V, mediante al bula Unigenitus del 1 de noviembre de 1610, proclamó santo a Carlos Borromeo (1538-1584). Apenas habían pasado 25 años de su fallecimiento el 3 de noviembre de 1584. Había iniciado su carrera eclesiástica, en 1560, a los 22 años de mano de su tío Pío IV, quien le creó cardenal y, poco después, tras ordenarlo diácono le nombró Secretario de Estado (1561). Su ordenación sacerdotal el 4 de septiembre de 1563, fue acompañada de un cambio en su vida espiritual, con[1] un ascetismo que no vivía antes de su ordenación. Como Secretario de Estado trabajo por la convocatoria y e la tercera sesión (1562-1563) del Concilio de Trento, y participó activamente en su celebración. Tras su ordenación episcopal fue nombrado arzobispo de Milán, donde destacó en la puesta en práctica de las disposiciones de este Concilio especialmente en lo relacionado con la formación de los sacerdotes. Su continua dedicación pastoral y su tarea asistencial con motivo de la carestía que sufrió Milán (1569-70) y en la peste que la asoló (1576-77), le hicieron especialmente querido por sus fieles; una devoción que creció tras su muerte, el 3 de noviembre de 1584; 12 años después, el 16 de septiembre de 1602 fue beatificado por Clemente VIII.[2] Contenido de la encíclica[3]La encíclica comienza con el siguiente texto:
El ejemplo de los santosTras este inicio la encíclica expone los motivos que llevan a la Iglesia a conservar la memoria de los santos. Así, teniendo presente el propósito para su pontificado que Pío X comunicó en su primera encíclica[5] -que todo se establezca en Cristo- ha aprovechado las celebraciones centenarias de tres santos que florecieron en tiempos muy diferentes, pero casi igual de difíciles para la Iglesia: Gregorio Magno, Juan Crisóstomo y Anselmo de Aosta. En las encíclicas del 12 de marzo de 1904 y del 21 de abril de 1909, el papa explicó los puntos de doctrina y vida de dos de estos santos que le parecían apropiados para el tiempo actual. Ahora, en esta encíclica, el papa quiere mostrar en el tercer centenario de la canonización de San Carlos Borromeo, los ejemplos de este santo, Cardenal y Arzobispo de Milán. Para ello recoge algunas de las alabanzas que Paulo V incluyó en la bula que proclamaba su santidad:
Defensor de la verdadera reforma católicaLa vida de Carlos Borromeo muestra como Dios nunca abandona a la Iglesia, y en medio de las mayores dificultades, y cuando los errores y fallos que se introducen en sus propios miembros, Dios toma ocasión de esos errores para que triunfe la verdad, mostrando con nuevos argumentos que la Iglesia es divina, pues solo un milagro explica que a pesar de la abundancia y variedad de los errores que la combaten, ella persevere sin cambios y constante, como un pilar y soporte de la verdad. Este influjo admirable de la Providencia divina aparece con toda claridad en aquel siglo que vio surgir a Carlos Borromeo para confortar a los buenos. Pues en esos años, bajo capa de reforma, se presentó la rebelión y la perversión de la fe: pues, los que se llamaban renovadores
El mismo Paulo V reconoció el mérito de Carlos Borromeo en la celebración del Concilio y en su aplicación. Esta actuación no sería posible sin su preparación y entrenamiento en el servicio de la Iglesia, educando el corazón con la piedad, la mente con el estudio y el cuerpo con el trabajo. Practicó en su vida la norma de pensar y trabajar que predicó San Pablo.[6] Las enseñanzas de San CarlosLa encíclica resalta cómo Carlos buscó la renovación de la Iglesia uniéndose en Cristo para que viviendo "la verdad con caridad, crezcamos en todo hacia aquel que es la Cabeza, Cristo, de quien todo el cuerpo toma su propio crecimiento para la perfección de sí mismo en la caridad".[7] Esta actitud, añade el papa, contrasta con la que mantuvieron los reformadores, pues
Continúa ahora la encíclica extrayendo las enseñanzas que San Carlos Borromeo puede proporcionar para la defensa de la Iglesia contra el modernismo. Ante todo la primera tares de los pastores -enseñaba el santo- es "preservar la fe católica, la fe que la Iglesia católica profesa y enseña, pues sin esto no es posible agradar a DIos",[9] con esta finalidad cuidó especialmente la formación del clero, estableciendo los seminarios para la preparación de los nuevos sacerdotes, tal como dispuso el Concilio de Trento. Es necesario también capacitar a los predicadores para que lleven a cabo con fruto el ministerio de la palabra; una tarea que, explica el papa, es requerida también en el momento en que escribe la encíclica, y quizá con más fuera, pues se ve cómo la fe vacila y se adultera la palabra de Dios. En cualquier caso es necesario, y san Carlos lo tuvo siempre presente, unir la fe con las buenas obras
De ahí la importancia que en la dedicación pastoral tiene la administración de los sacramentos, por lo que Carlos exhortó a los párrocos y a los predicadores que recomienden la comunión frecuente, recordando la necesidad de estar interiormente preparados,[10] Seguía así el santo la recomendación del Concilio de Trento que quería que los fieles comulgasen no solo espiritualmente sino también sacramentalmente Esta atención por la vida espiritual de sus fieles el santo obispo de Milán, estuvo acompañada de un cuidado por lo que se refiere a su vida natural; tal como puso de manifiesto en tantas ocasiones, y muy especialmente con motivo de la peste que asoló a aquella ciudad, pues de después de exponer la vida en la atención de los afectados por la plaga, recomendaba los sacerdotes de su archidiócesis:
Pío X señala en la vida de San Carlos un último aspecto digno de admiración e imitación: su fortaleza para hacer frente a las pretensiones contrarias a la disciplina, o gravosas para los fieles. Este comportamiento, su rectitud y honestidad le hizo sufrir la aversión de los poderosos, atento siempre a las palabras de Cristo: "Dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dïos".[12] Véase también
Notas y referencias
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