Crítica y verdadCrítica y verdad (título original: Critique et verité) es un ensayo del semiólogo francés Roland Barthes escrito en 1966, cuyo tema fundamental es qué se entiende por crítica literaria y cómo la misma ha de ejecutarse. ContextoEl ensayo se escribe al año siguiente de Nueva crítica o nueva impostura (Nouvelle critique ou nouvelle imposture), de Raymond Picard (1965). Picard, catedrático de La Sorbona y autoridad literaria en Racine, escribe el mencionado ensayo centrando sus ataques sobre todo en el libro anterior de Barthes, Sobre Racine (Sur Racine, 1963). Las acusaciones comprenden "impostar" y ejecutar trabajos "intelectualmente vacíos", entre otros. Luego de la publicación de Picard se adhieren a éste otros críticos en diversas revistas y hasta miembros de la Academia francesa. Lo verosímil críticoAsí define Barthes a la vieja crítica. Lo verosímil es lo que la opinión cree que es y no lo que ha sido (historia) ni lo que debe ser (ciencia). Por ende lo verosímil se aplica a la cultura de masas. A la vista de esta crítica, la nueva sería una teratología (contraria a la norma). Por lo que la vieja crítica cae en el juicio de valor y habla de la nueva en términos de enfermedad, pecado, etc. La objetividadLa objetividad (lo que es afuera) es una noción confusa en materia literaria; el hecho es que fue cambiando: fue, v. gr., las leyes del género y su respeto. Otra de estas pretendidas formas de objetvidad es la de orden lexicográfico (norma del diccionario). La construcción de la obra literaria desmiente estas normativas puesto que su construcción es una subversión de la norma. Barthes toma de ejemplo las réplicas de Proust, quien también fue acusado de incorrección. Otra supuesta objetividad es la de la "coherencia psicológica"; a este respecto Barthes ironiza que la vieja crítica, al entender la psicología de los personajes de Corneille según la imagen que se tenía de ellos, hace tautologías. La vieja crítica no insiste en las fuerzas en conflicto de la tragedia raciniana pues las ve como obvias; para Barthes eso también es un déficit: "La palabra hace de una relación consciente una relación fundamental y de ésta una relación escandalosa".[1]
El gustoEl gusto funciona como valores que quisieran reputarse de ciencia. En este tenor Barthes denuncia otro ataque que la vieja crítica hace, esta vez al psicoanálisis. Allí es donde ve un maniqueísmo en "lo bajo del cuerpo", al considerárselo como primitivo y censurable. El psicoanálisis, entiende Barthes, puede ser discutible, sobre todo por razones psicoanalíticas: "Es una petición de principio atribuir un valor superior al 'pensamiento consciente'".[1] Siguiendo a Jacques Lacan, para Barthes este maniqueísmo está sustentado en una perspectiva geométrica de la humanidad cuando esta no tiene ni alto ni bajo, ni adentro ni afuera. La claridadEste tema se refiere al desprecio que se le hace a la nueva crítica por el "uso de jerga". La claridad se sustenta en una noción improbable de que el francés es una lengua más lógica que otras. Por ende, para Barthes, la vieja crítica no "remeda la lengua de los escritores clásicos" sino "su clasicismo".[1] Actúa, dice Barthes, como un partido conservador que consiste en "no modificar en nada la separación y la distribución de los léxicos". Para Barthes, por más improbable que sea una jerga, no es inútil: el superyó, por ej., no es solo el sentido de la conciencia moral de la psicología clásica. "Hay una claridad en la escritura pero esa claridad tiene más relaciones con la Noche del tintero, de que hablara Mallarmé, que con los remedos modernos de Voltaire o de Nisard."[1] La claridad no sería un atributo de la escritura, sino la escritura misma. La jerga, acusada de aparentar, está (en) y es el lenguaje mismo. La asimboliaEsos mandatos de la vieja crítica (claridad, gusto, objetividad) tienen una conformación histórica, una genealogía. Los dos primeros en el siglo clásico, la objetividad en el XIX. La crisis del comentarioEl escritor así se torna indiscernible del crítico en cuestión de valoración, "honor", y hasta de escritura. Los ejemplos de este cruce, es decir de escritores-críticos que da Barthes son San Ignacio de Loyola, Sade, Nietzsche, Lévi-Strauss, Lacan (este último exponiendo en sus famosas clases los conceptos con el ejemplo), quienes "dramatizando" —en el sentido que entiende Bataille en Loyola— el enunciado (la letra), lo ponen en duda. La lengua pluralLa obra cerrada (vieja crítica) es obra abierta (nueva crítica). Esta noción del símbolo, el simbolismo o lo simbólico de la obra literaria proviene de Eco y Lacan: es la pluralidad de sentidos constituyentes, no el simbolismo alegórico (el primero es arbitrario, el segundo es consecuente). Barthes sigue la noción de símbolo de Paul Ricoeur donde hay símbolo cuando hay "signo de grado compuesto". Existe históricamente un ir y venir de la consideración del símbolo, así en la Edad Media se gestan los 4 sentidos (literal, alegórico, moral, anagógico) y en el clasicismo se fijan con la consecuencia de la censura de la plurivalencia de esos sentidos cuando "La literatura es exploración el nombre".[1] Así, el accionar de la vieja crítica es filológico (fija el sentido literal), mientras que el del lingüista instituye las ambigüedades. "La obra es para nosotros sin contingencia, y ello es quizá lo que mejor la define"[1] (es decir es reticente a la "situación", aun cuando le es imposible).
La ciencia de la literaturaNo se posee una ciencia de la literatura, sino una historia de la literatura (la crítica literaria). La ciencia de la literatura sería una disciplina de la forma, un estudio sobre la capacidad de engendrar sentidos (no un estudio sobre los sentidos). Su tarea es observar una gramaticalidad, una aceptabilidad —aquí Barthes sigue a Chomsky— de las obras literarias. Esa capacidad de engendrar sentido es un sentido en sí mismo pero operante. Bajo esta noción de ciencia de la literatura la obra se equipara al mito y carece de autor (ya que su capacidad operante es transubjetiva). La vieja crítica cree que el escritor poseía un sentido legal y por lo tanto se tiende a investigar al muerto y lo que lo rodea (época, género, léxico) como si se descifrará su intención (lo que comporta una reducción del símbolo a la anécdota), el desciframiento de un mito. La obra es de naturaleza mítica (naturaleza colectiva que más allá de sí misma se deshace), una naturaleza mítica que se ha apagado por la firma. Si ha de buscarse a Shakespeare no es que no se lo encontrará, sino que eso será deshacerlo. Esta ciencia de la literatura se ha de centrar en los signos inferiores a la frase (figuras, giros, nombres, etc.) y los superiores a la frase (relato, frases combinadas). La críticaLa ciencia de literatura que promueve Barthes es virtual porque siempre será fallida. Ella solo puede equipararse a la obra misma (inmanencia): "nada hay más claro que la obra".[1] La plurivalencia del sentido de la obra y la ciencia para ella dispuesta todo es significante; por lo tanto si algo de la obra queda fuera de la descripción, esta es imperfecta. A este fenómeno le llama "descuento de las unidades significantes" y este descuento puede esclarecer la información pero no la significación. Ese plano de significantes descontados, es decir omitidos por la estructura, esos datos raros, "menos notables", son anotables todavía gracias a la semántica ya que en esos significantes raros fue donde nació el imaginario propio de la obra (diferente al imaginiario colectivo). Ese significante descontado, dato raro, marca excepcional, sí corresponde a la lógica simbólica. Su excepción es una transformación o mutación dentro de los cánones de percepción de esta lógica. El psicoanálisis y la retórica, sin embargo, se han encargado de mostrar su movimiento, su accionar: son la elipsis, la metáfora, la antifrase (denegación). La lecturaEl crítico a la manera de Picard estaría más cerca de sustituir el lector por el crítico. Este le dice al lector cómo leer. De las cuatro figuras en torno al libro en la Edad Media (scriptor, copia texto; compilator, elige texto; commentator, hace inteligible y nada más; y el auctor, escribe basándose en autoridades), el crítico es, para Barthes, el tercero, es decir un commentator (en el segundo ya empieza la alteración textual, citacionalmente). El carácter siempre en falta, por pleno, del discurso del crítico lo es por asertivo (toma posición al menos estética y corre el riesgo apofántico del verdadero-falso). Entre el lector y el crítico hay un resto, un abismo que se pierde, un territorio de deseo que permanece significante (es decir sin significado) y que Barthes llama "deseo de la obra". Referencias
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