Autonomía sexualLa autonomía sexual se refiere a la capacidad y derecho de una persona para tomar decisiones libres e informadas sobre su propia sexualidad y actividad sexual, sin coerción, discriminación o violencia.[1] Este concepto abarca el control sobre el propio cuerpo, el consentimiento en las relaciones sexuales, la libertad de orientación sexual y la identidad de género, así como el acceso a la educación sexual y los servicios de salud reproductiva. Es violentada cuando una persona impide el uso de métodos anticonceptivos a su pareja, cuando un hombre se retira el preservativo sin el consentimiento de su pareja durante el acto sexual (stealthing), cuando una persona es obligada a tener o permanecer en una relación sexual no deseada a cambio de alimento o techo, cuando una persona no puede expresar su sexualidad sin ser atacada o violentada, cuando a una persona se le priva de la libertada de decidir con quien tener relaciones sexuales o se le niega integridad corporal. La violación de esta puede causar daños a la salud mental y física de un individuo.[2] Aspectos legalesSegún la OMS y la ONU, la autonomía sexual forma parte de los derechos sexuales y reproductivos de todo individuo, los cuales encuentran su base en derechos humanos como el derecho a la vida, integridad, salud, autonomía, dignidad, información, igualdad y a la no discriminación. [3][4][5] La expresión derechos sexuales y reproductivos se refiere al derecho de todas las personas, independientemente de su edad, identidad de género, orientación sexual u otras características, a tomar decisiones sobre su propia sexualidad y reproducción. La vivencia de la sexualidad es una parte propia de cada individuo, por lo que es fundamental tener condiciones que permitan conocerla, disfrutarla y ejercerla con libertad y placer. Los derechos sexuales y reproductivos buscan garantizar estas condiciones.[4][6] Algunas de las acciones que vulneran la autonomía sexual, como los casos de violación sexual, son tipificados como delitos y son castigados por la ley a nivel mundial. Otras formas de violencia persisten a través de normas, prácticas e incluso leyes, la mayoría de las cuales son producto de profundas desigualdades de género.[2] Un ejemplo de las formas en que las sociedades justifican las vulneraciones de la autonomía sexual pueden ser:
El indicador 5.6.2 de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), medido en el año 2021, verifica que las leyes y regulaciones aseguren que hombres y mujeres tengan el mismo acceso a servicios de salud sexual y reproductiva, así como a información y educación sobre estos temas. Esto abarca lo siguiente:
ActivismoExisten limitaciones para que las personas (en la mayoría mujeres) practiquen su autonomía sexual, mucho de esto por políticas conservadoras y tradiciones represivas, las cuales se siguen fomentando.[7] Uno de los principales movimientos sociales que advocan por la autonomía sexual son los feminismos, ya que estos buscan apoyar el derecho humano a tener control respecto a la sexualidad, salud sexual, reproductiva, así como la decisión libre y responsable de esta, sin que exista discriminación, violencia o coerción.[7] Medición de la autonomía sexualMedir la autonomía sexual es crucial por varias razones, principalmente permite determinar si las personas (especialmente mujeres y niñas) tienen el poder de tomar decisiones sobre sus cuerpos y vidas sexuales, también permite identificar las desigualdades de género en cuanto a la capacidad para la toma de decisiones o distinción de las barreras que impiden la autonomía, incluso puede ayudar a desarrollar políticas y programas que protejan y promuevan los derechos sexuales. La comunidad internacional ha acordado monitorear dos indicadores dentro del marco de los ODS, los cuales evalúan la toma de decisiones y las leyes relacionadas con la atención de salud reproductiva y la información al respecto. Estos indicadores representan apenas un primer paso. El indicador 5.6.1 de los ODS examina tres preguntas dirigidas a mujeres:
Sólo las mujeres que toman sus propias decisiones en estos tres ámbitos se consideran autónomas en cuanto a su salud reproductiva para ejercer sus derechos. Estos datos están disponibles en aproximadamente uno de cada cuatro países, pero mostraron un panorama preocupante en el año 2021: solo el 55% de las mujeres y niñas a nivel mundial pueden tomar sus propias decisiones en las tres dimensiones mencionadas.[2] El preservativo femeninoEl uso del preservativo femenino le brinda control y protección contra infecciones de transmisión sexual y embarazos no deseados a quienes lo usan, independientemente de la voluntad de su pareja o parejas. Hay un consenso general en que las condiciones para promover, implementar y aumentar el uso de estos métodos no están totalmente establecidos, tanto desde el Estado y el personal de salud, como desde los grupos de población que podrían beneficiarse de su uso. No obstante, se cree que las campañas educativas podrían cambiar gradualmente esta situación, ofreciendo a la población, tanto femenina como masculina, una herramienta adicional y mayor autonomía en el cuidado sexual y reproductivo. Según una investigación publicada por la revista El Banquete de los Dioses (2017), la mayoría de las entrevistadas consideran que el preservativo femenino otorga una mayor autonomía a la mujer al permitirle tomar la decisión de protegerse a sí misma, aliviando la responsabilidad del varón y evitando situaciones incómodas en las que este último no esté dispuesto a utilizar un método de protección.[8] Embarazos planificadosLas personas se encuentran expuestas ante el riesgo de embarazos involuntarios debido a diversas razones, como violencia por parte de las parejas sexuales, la falta de acuerdos previos en materia anticonceptiva y la imposición masculina de no usar preservativo. Estas prácticas, junto con la promoción de comportamientos centrados en el placer masculino y la falta de poder para negociar efectivamente la anticoncepción, reflejan los límites de la autonomía sexual de las mujeres. Algunas autoras destacan la desigualdad en las relaciones heterosexuales, aunque su enfoque en la hegemonía heterosexual puede omitir las diferencias de clase, origen étnico-racial y edad, así como la diversidad de experiencias de las mujeres. Además, pasan por alto que no todos los embarazos involuntarios son resultado de la violencia, y que la limitación del poder de negociación de las mujeres no siempre equivale a sexo forzado. [9] Por otro lado, otras examinan el tema del aborto como un acto de desobediencia a los mandatos patriarcales, resaltando que no todas las interrupciones del embarazo son consecuencia de violencia, sino que también pueden ser ejercicios de autonomía y reafirmación de los proyectos vitales de las mujeres.[9] Véase también: Planificación familiar
Referencias
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