Acerba animi
Acerba animi, en español, Con ánimo angustiado, es la 23ª encíclica del papa Pío XI, promulgada el 29 de septiembre de 1932, en ella denuncia lo que entiende como una continua persecución de la Iglesia católica en México y orienta a la iglesia de ese país para que mantenga una resistencia pacífica a aquella política. Fue la segunda de tres encíclicas relativas a la persecución en México, tras la Iniquis afflictisque (1926) y seguida por la Firmissimam constantiam (1937).[1] Contexto históricoCon fecha 18 de noviembre de 1926 el papa Pío XI publicó la encíclica Iniquis afflictisque, en la que denunciaba la persecución religiosa que sufría la Iglesia en México, especialmente rigurosa desde el inicio de la presidencia de Plutarco Elías Calles que, mediante la modificación del código penal -la conocida como Ley Calles-, había tipificado penalmente las infracciones del art. 130 de la Constitución de México,[2] con una interpretación que agravaba la situación de los católicos y de la Iglesia: los Estados limitaron el número de sacerdotes que podían ejercer su ministerio, exigiendo además que fuesen nacidos en México; la administración de sacramentos por los no autorizados era castigada con prisión; quedó prohibida la enseñanza católica. En esta situación, los obispos mexicanos publicaron una carta pastoral en la que ordenaban que, a partir del 31 de julio de 1926 -el día anterior a la entrada en vigor de la Ley Calles-, quedaba suspendido hasta nueva orden cualquier acto de culto que exija la intervención de un sacerdote. El Gobierno reaccionó ordenando que las iglesias que fuesen abandonadas por los sacerdotes fueran incautadas por la autoridades municipales.[3] A muchos católicos la situación les pareció insostenible y la oposición civil a las medidas persecutorias dio paso a la rebelión armada que se extendió desde enero de 1927 a junio de 1929.[4] En junio de 1929 los cristeros dominaban -aunque de manera intermitente- casi la mitad del país; sin embargo, un mes antes se habían reanudado las negociaciones entre la Iglesia -representada por el delgado apostólico Mons. Ruiz y Flores- y el gobierno mexicano; así se llegó a los Arreglos que suponían el mantenimiento de la Ley Calles, pero quedando en suspenso su aplicación; se prometía la amnistía a los rebeldes y se restituían los templos y se permitía a los sacerdotes a su ministerio.[5] Estos Arreglos no recibieron la aceptación general de los católicos, y de hecho "durante más de diez años siguieron produciéndose alzamientos de grupos católicos armados contra el laicismo gubernamental mexicano"[6] Recientes los Arreglos,[7] y comprobada la continuación de la política antirreligiosa del gobierno mexicano, el papa en su nueva encíclica, Acerba animis, anima a la iglesia de México a mantener una resistencia legal a esa política, al tiempo que muestra el rechazo a la rebelión armada. Contenido de la EncíclicaLa encíclica sitúa el conflicto religioso de México, en el marco de la difícil situación que atraviesa el mundo.
La persecución la IglesiaEl papa expone cómo, desde el inicio de su pontificado, siguiendo en esto a su predecesor, había tratado por todos los medios evitar que se llegasen aplicar los denominados preceptos constitucionales[8] puesto que atacan los derechos primarios e inmutables de la Iglesia. Por este motivo se mantuvo en México el legado apostólico, pero el gobierno mexicano ha cerrado toda vía en entendimiento y, a pesar de la promesa, aun dada por escrito,[9] el gobierno mexicano ha insistido en la aplicación de esos preceptos, y ha expulsado a los legados de las Santa Sede. Por todo esto, tal como recuerda el papa, en la encíclica Iniquis afflictisque declaró solemnemente que el art. 130 de la denominada Constitución, es ofensivo para la Religión Católica. La encíclica expone sumariamente la persecución que ha sufrido la Iglesia, así, por ejemplo:
En esa situación, que somete a la Iglesia al arbitiro de los gobernantes, los obispos mexicanos decretaron la interrupción de los servicios públicos del culto divino y pidieron a los fieles que reclamasen antes esas disposiciones. El papa alaba, como ya lo hizo en la Iniquis afflictisque, el heroísmo del clero -cuando administraban los sacramentos aún con peligro de su vida- y del pueblo cristiano-auxiliando generosamente a los sacerdotes-. El papa señala como ha procurado cuantos procedimientos humanos eran posible para aliviar ese estado de cosas, pidiendo a todos los católicos que auxiliasen a la Iglesia de México con una colecta, y ha solicitando a los jefes de las naciones con las que mantienen relaciones cordiales que considerasen la gravedad de esta situación. Pero, sobre todo, ha excitado al clero y a los fieles de México para que "con proceder cristiano resistan según sus fuerzas a las leyes inicuas" y acudan con oración y penitencia para que Dios dé alivio y fin a estas persecuciones; oración a la que ha invitado a los fieles de todo el mundo.[10] Ante la posibilidad de un arreglo
A pesar de la experiencia negativa de antiguas promesas, el papa juzgó que podría ser oportuno no prolongar la suspensión del culto público; a esto le llevó considerar el daño que la situación causaba a los fieles, privados en muchos casos de los auxilios espirituales y sin la cercanía de sus obispos, desde hacia tiempo alejados de su pueblo. Por esto, cuando en 1929 el Presidente de la República[11] declaró públicamente que no era su propósito atacar a la Iglesia con la aplicación de aquellas leyes, ni menospreciar a la jerarquía, el papa consideró que, habiéndose alejado las causas principales que movieron a la suspensión de los servicios religiosos públicos, era el momento de renovarlos.
La situación tras el pretendido ArregloSin embargo, las condiciones estipuladas en la conciliación fueron pronto violadas, no se permitió la vuelta de los obispos desterrados, y aún se expulsaron a algunos de los que habían podido permanecer en sus diócesis; ni se devolvieron a su uso propio muchos de los templos, seminarios y palacios episcopales que habían sido incautados. Tras la reanudación en público del culto divino, se generalizó una campaña de calumnias contras los sacerdotes, la Iglesia y el mismo Dios; dirigidas claramente a concitar el odio hacia la religión. En las escuelas, no solo se prohíbe explicar los preceptos de la religión católica, sino que se incita a los maestros para que infundan en niños y jóvenes la impiedad. Esta situación lleva al papa a bendecir a los padres de familia, a los sacerdotes y a todos los fieles que se esfuerzan por educar cristianamente a la juventud. Junto a esto, la lucha contra el clero y los obispos se agudizó
La encíclica hace notar el modo en que se quiere limitar el número de sacerdotes en clara desproporción con los fieles que deben atender, así en Michoacán sólo se autoriza un sacerdote por cada 33,000 fieles, Chiapas uno por cada 60,000 habitantes, y Veracruz sólo uno de cada 100,000.[12] En su conjunto la persecución difería poco de la que se da en Rusia[13] Cómo proceder en esta situaciónEl papa deja patente su dolor por la situación que atraviesa la Iglesia en México, y recuerda las normas que ha dado ante esta situación pues
Por otra parte, siendo distinto el modo en que en cada lugar se refleja esa persecución de la religión es lógico que en cada diócesis el obispo proceda de modo distinto, sin que esto pueda entenderse como un menor rechazo a los abusos de los gobernantes. En todo caso,
Explica el papa cómo cuando un sacerdote, obligado por las autoridades públicas, les pide permiso para ejercer su ministerio, no coopera formalmente al abuso de esas autoridades, solo lo tolera por evitar un daño mayor; se trata de una doctrina cierta y segura de la Iglesia y que, a quien produzca un equivocado escándalo, hay que explicársela, para sacarlo de su error. En la encíclica el papa insiste en la unidad con que todos, sacerdotes y laicos, han de actuar en defensa de la religión; alaba las muestras de amor a la religión y obediencia a la Sede Apostólica; y recomienda especialmente la labor e incremento de la Acción Católica, según las normas que ya se transmitieron.[14] Es consciente de las dificultades que supone ponerla en marcha, especialmente en las circunstancias presentes en México, y que los frutos no se dan inmediatamente, pero hace notar que la experiencia en otras naciones muestra su eficacia. La encíclica concluye impartiendo a obispos y fieles la bendición apostólica. Recepción y ramificacionesLa reacción del gobierno fue hostil; el Presidente de la época, Abelardo Rodríguez, llamó la encíclica "insolente y desafiante."[15] Por otra parte, algunos de los fieles ante la actitud del gobierno, no escucharon el mensaje de la encíclica, renovando las hostilidades con acciones de guerrilla.[15] Sin embargo, en línea con el mensaje de la encíclcia, fueron considerables los esfuerzos por llevar a cabo, en la mander menos politizada posible, los objetivos de Acción Católica Mexicana (ACM): esto es:
Aun así, durante la mayor parte del Maximato (1928-1934)[17] la participación de los laicos en la Acción Católica no fue alta y, por tanto, la acción limitada.[16] Véase también
Referencias
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