Immortale Dei
Immortale Dei, en español, "Inmortal de Dios", es la decimosexta encíclica del Papa León XIII,[1] fechada el 1 de noviembre de 1885. Tal como anuncia el subtítulo de la encíclica, "Sobre la constitución cristiana del Estado", el papa expone en la encíclica la naturaleza y fines del Estado, y, en consecuencia, los criterios que deben regir las relaciones de la Iglesia con el Estado, y el sentido en el que el cristiano debe lealtad y obediencia al Estado. Contexto históricoEl inicio del pontificado de León XIII (1878), coincide de algún modo con el inicio de los regímenes liberales en una buena parte de Europa: la Tercera República Francesa (1870), el II Reich Alemán (1871), el imperio austrohúngaro (1868); la unificación del Reino de Italia (1861). Con distintos acentos las políticas de estos países se orientan hacia un estatismo liberal, con una primera manifestación en el establecimiento de la enseñanza laica obligatoria.[2]; incluyendo el algunos casos, un intento de control de la actividad de la Iglesia.[a] Simultáneamente el liberalismo tuvo que hacer frente a las corrientes socialistas marxistas y anarquistas; especialmente a través del activismo movido por la II Internacional. El último tercio del siglo XX contempló un incremento en la lucha entre patronos y obreros, con la consecuente turbación de la paz social.[4] Ambas cuestiones -estatalismo liberal, y revolución- recibieron respuesta en el magisterio papal identificando los distintos ámbitos que, por su propia naturaleza, corresponden a la soberanía del Estado y de la Iglesia, así como el respeto que el ciudadano debe a la autoridad civil. Esta es la cuestión que León XIII afronta la encíclica Immortale Dei, continuando los temas ya abordados uno años antes en su encíclica Diuturnum illud.[5] Ambas contienen la doctrina que el papa aplicaría, en los años siguientes, a las circunstancias que se presentaban en los distintos países.[b] Contenido de la encíclica
El incipit de la encíclica señala ya los dos ejes en que se va a desarrollar el discurso teológico y práctico del papa; la naturaleza y el fin tde la Iglesia, y, al mismo tiempo, la realidad temporal en la que actúa y a la que atiende. En los primeros párrafos de la encíclica, tras referirse a las distintas formas de gobierno, sin manifestar preferencia por ninguna de ellas, el papa señala como en todo caso es necesaria una autoridad que dirija el Estado, y cómo todos deben someterse a ella, con una obligación moral[c]; enseguida hace notar que
Recuerda después la encíclica, la naturaleza de la Iglesia, compuesta por hombres, tal como está formada la sociedad civil, pero con un fin sobrenatural, contando con los medios, también sobrenaturales para alcanzar su fin; estos fines y medios la hacen distinta de la sociedad civil Ambas sociedades, la civil y la eclesiástica, son sociedes perfectas; ambas soberanas en su género, de modo que cada una dispone de una esfera de acción en la que ejercen el poder y la autoridad.
Corresponde a la autoridad de la Iglesia todo lo que pertenece a la salvación de la almas, y a la autoridad civil el cuidado de las cosas temporales; se trata, en definitiva, de aplicar la enseñanza proclamada por Jesús: "Dad al César, lo que se del César y a Dios lo que es de Dios"[7]; lo que no supone que el poder civil pueda actuar en su esfera sin considerar el derecho divino. Esta concordancia y armonía entre los dos poderes, el de la sociedad civil y el de la Iglesia, ha sido roto por los innovadores[d] del siglo XVI que, tras turbar la religión cristiana, han trastornado el orden de la sociedad civil mediante una libertad desenfrenada manifestada en libertad de conciencia, de culto, de pensamiento, de imprenta. A este entendimiento de la libertad opone el papa en la encíclica el sentido cristiano de la libertad:[e], que solo es tal cuando respeta la verdad y, por tanto la ley de Dios, Es por esto que el origen del poder civil, hay que ponerlo en Dios, no en el pueblo; pero ni el estado ni los particulares pueden prescindir de sus deberes religiosos. Sentados los principios que la Iglesia establece en cuanto a la constitución y gobierno de los Estados:
De acuerdo con estos principios la encíclica, es útil que los católicos intervengan en la vida pública en todo sus niveles, tras afirmar esta posibilidad, el papa formula unos criterios prácticos para esa intervención.
Al actuar en la vida pública deben tener en cuenta que
Por otra parte, en esa actuación han de considera que
Pero esa unidad, aclara el papa, no significa que, en las cuestiones opinables cabe una discusión moderada para procurar alcanzar la verdad, pero respetando siempre las opiniones contrarias. Véase también
Notas
ReferenciasBibliografía
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