El texto se basa en una conferencia pública que tuvo lugar el 6 de marzo de 1927 en el ayuntamiento de Battersea (Londres), promocionada por la delegación del Sur de Londres de la Sociedad Nacional Secular. Se empezó a distribuir ese mismo año en forma de folleto, y se reeditó más tarde como parte del libro "Por qué no soy cristiano" y otros ensayos sobre religión y temas relacionados.
La religión se basa, principalmente, a mi entender, en el miedo. Es en parte el miedo a lo desconocido, y en parte, como dije, el deseo de sentir que se tiene un hermano mayor que va a defenderlo a uno en todos sus problemas y disputas. El miedo es la base de todo: el miedo a lo misterioso, el miedo a la derrota, el miedo a la muerte. El miedo es el padre de la crueldad y, por lo tanto, no es de extrañar que la crueldad y la religión vayan de la mano. [...] Tenemos que mantenernos en pie y mirar al mundo a la cara: sus cosas buenas, sus cosas malas, sus bellezas y sus fealdades; ver el mundo tal cual es y no tener miedo de él. Conquistarlo mediante la inteligencia y no solo sometiéndonos al terror que emana de él. Toda nuestra concepción de Dios es una concepción derivada del antiguo despotismo oriental. [...] Un mundo bueno necesita conocimiento bondad y valor; no necesita el pesaroso anhelo del pasado, ni el aherrojamiento de la inteligencia libre mediante las palabras proferidas hace mucho por hombres ignorantes. Necesita un criterio sin temor y una inteligencia libre. Necesita esperanza en el futuro, no el mirar hacia un pasado muerto, que confiamos que sea superado por el futuro que nuestra inteligencia puede crear.
Russell discute el argumento ontológico de la existencia de Dios («Saben, claro está, que la Iglesia Católica ha declarado dogma que la existencia de Dios pueda ser probada mediante la razón sin ayuda.»[4]) rebatiendo los distintos argumentos esgrimidos a favor de la misma:
Ese argumento, supongo, no tiene mucho peso en la actualidad, porque, en primer lugar, causa no es ya lo que solía ser. [...] Si todo tiene que tener alguna causa, entonces Dios debe tener una causa. Si puede haber algo sin causa, igual puede ser el mundo que Dios, por lo que no hay validez en ese argumento.[5]
La gente observó cómo los planetas giraban en torno al Sol, de acuerdo con la ley de la gravitación, y pensó que Dios había dado un mandato a aquellos planetas para que se moviesen así y que lo hacían por aquella razón. […] Si hubo alguna razón por la que Dios diese esas leyes, entonces el mismo Dios estaría sometido a la ley y, por lo tanto, no hay ninguna ventaja en presentar a Dios como un intermediario. Realmente, se tiene una ley exterior y anterior a los edictos divinos y Dios no nos sirve porque no es el último que dicta la ley.[6]
Todos conocen el argumento del plan: todo en el mundo está hecho para que podamos vivir en él, y si el mundo variase un poco, no podríamos vivir. […] A veces toma una forma curiosa; por ejemplo se argüyó que los conejos tienen las colas blancas con el fin de que se pueda disparar más fácilmente contra ellos. Es fácil parodiar este argumento. […] Cuando se examina el argumento del plan, resulta asombroso que la gente pueda creer que este mundo, con todas las cosas que hay en él, con todos sus defectos, sea lo mejor que la omnipotencia y la omnisciencia han logrado producir en millones de años. […] ¿Creen que, si tuvieran la omnipotencia y la omnisciencia y millones de años para perfeccionar el mundo, no producirían nada mejor que el Ku Klux Klan o los fascistas?[7]
Los argumentos morales:
Kant, como dije, inventó un nuevo argumento moral de la existencia de Dios que, bajo diversas formas, fue extremadamente popular durante el siglo XIX. Una de ellas consiste en afirmar que no habría bien ni mal si Dios no existiera. […] si se está plenamente convencido de que hay una diferencia entre el bien y el mal […] ¿esa diferencia se debe o no al mandato de Dios? […] Si uno está dispuesto a decir, como hacen los teólogos, que Dios es bueno, entonces tiene que decir que el bien y el mal deben tener un significado independiente del mandato de Dios, porque los mandatos de Dios son buenos y no malos independientemente del mero hecho de que Él los hiciera. […] Se puede, claro está, si se quiere, decir […] que, en realidad, el mundo que conocemos fue hecho por el demonio en un momento en que Dios no estaba mirando.[8]
El argumento del remedio de la injusticia:
Se dice que la existencia de Dios es necesaria para traer la justicia al mundo. […] Ese es un argumento muy curioso. […] Diría: “En este mundo hay gran cantidad de injusticia y esto es una razón para suponer que la justicia no rige el mundo; lo que proporciona argumentos morales contra la deidad, no en su favor.”[9]
También discute varios puntos concretos de la teología cristiana, donde pone de manifiesto los defectos de las enseñanzas y de la moral de Jesucristo. En especial, Russell argumenta que el hecho de que Jesús creyese en el infierno y en el castigo eterno es algo incompatible con la supuesta benevolencia de Dios.[10]
Russell también expresa sus dudas sobre la existencia de Jesús como personaje histórico, y cuestiona la moral de la religión. Cabe resumir su pensamiento en la siguiente cita:
Afirmo deliberadamente que la religión cristiana, tal como está organizada en iglesias, ha sido, y es aún, la principal enemiga del progreso moral del mundo.[11]
Obras relacionadas
Por qué no soy musulmán, de Ibn Warraq, es una obra crítica de la religión en la que fue educado el autor, en este caso, el Islam. Ibn Warraq menciona Por qué no soy cristiano hacia el final del primer capítulo, afirmando que muchos de los argumentos de Russell también se pueden aplicar al islam.
1987, Por qué sigo siendo cristiano, libro del teólogo católico Hans Küng. Un ensayo fue publicado en El País bajo el título Por qué sigo siendo católico mencionando el interés religioso sin someter al absolutismo romano.[12]
2005, Por qué soy cristiano, escrito por el filósofo español José Antonio Marina, publicado por la editorial Anagrama. Expone su visión del cristianismo y de la figura de Jesús.
2009, 'Por qué no soy científicoISBN 0-520-25960-2, del antropólogo Jonathan M. Marks.