Pedro Inguanzo Rivero
Pedro (de) Inguanzo y Rivero o Ribero (Vibaño, concejo de Llanes, 22 de diciembre de 1764-Toledo, 30 de enero de 1836) fue un eclesiástico español, sucesivamente Obispo de Zamora y Arzobispo de Toledo. También fue proclamado cardenal por el papa León XII. BiografíaNació en el Palacio de la Herrería de Vibaño, en el concejo de Llanes,[2] hijo de Antonio José de Inguanzo Posada y de María Teresa Rivero y Valdés, de antigua y acomodada familia. Comenzó sus estudios con los benedictinos de Celorio, en Llanes, y luego estudió Filosofía y Artes en el convento de San Pablo en Palencia, donde vivió con un tío suyo canónigo; estuvo cinco años entre 1775 y 1780. Después fue a Sevilla cuando el arzobispo Alonso Marcos de Llanes, de quien era familiar, lo llamó para que fuera su secretario en 1785. En esa universidad se doctoró y ganó por oposición la cátedra de Derecho canónico. Obtuvo por oposición en 1792 una canonjía doctoral en la catedral de Oviedo y en 1797 marchó a Madrid. Como era habitual en los grandes eclesiásticos de su época, participó en la vida pública y política. Acérrimo conservador, fue un enemigo declarado del ministro de Justicia de Carlos IV entre noviembre de 1797 y agosto de 1798, el ilustrado Jovellanos. Volvió a su tierra en 1798 para ocupar el puesto de gobernador eclesiástico de la diócesis. La Junta Superior del Principado establecida en 1808 para luchar la Guerra de la Independencia, le encargó los asuntos de Gracia y Justicia en 1809. Elegido Diputado por Asturias para las Cortes de Cádiz 1810-1813 por el procedimiento de provincias ocupadas por los franceses, en su actividad pública representó las ideas más conservadoras, por ejemplo, manifestándose en contra de la abolición de la Inquisición. Formaba parte del grupo llamado realista junto a Borrull, Ostolaza, Simón López, Cañedo, Aguriano, Alcayna, Llera, Ros, etc., la mayoría de los mencionados eclesiásticos como él. No fue un orador prolífico; intervino en la cámara apenas 18 veces, aunque todos sus discursos fueron de entidad y envergadura. Su estrategia era la de reservarse para los grandes debates, en los que brilló a buena altura en sus polémicas con los liberales. Según José Manuel Cuenca Toribio, fue el último primado del Antiguo Régimen:
Félix Mejía, autor que se esconde tras Carlos Le Brun, editor de los Retratos políticos de la revolución de España (Filadelfia, 1826), lo retrata así:
Acérrimo tradicionalista, manifestó en cambio su admiración por el Parlamento inglés, aunque solo por la idea de que el alto clero pudiera asumir funciones políticas en el Estado. También en lo religioso se opuso a todas las reformas aprobadas por las Cortes viendo en ellas una conspiración de filósofos, teólogos heréticos y políticos revolucionarios cuyo objetivo era destruir la Iglesia al ser esta el más firme puntal de la tradición. La Iglesia para Inguanzo no sólo debía ser autónoma del poder político, sino que tenía que guiar sus pasos. La razón del mal estaría en la Ilustración y en la apertura propugnada por ministros como Campomanes o Jovellanos.[5] Fue nombrado obispo de Zamora en 1814 y promovido a arzobispo de Toledo en 1824. El papa León XII lo volvió cardenal en el consistorio del 20 de diciembre de 1824. Casi inmediatamente se le designa académico honorario de la Real Academia de la Historia y obtuvo las dignidades de consejero de Estado y la gran cruz de Carlos III. Participó en el cónclave de 1829 en que Pío VIII fue elegido nuevo pontífice y también en el de 1830-1831 en que resultó elegido Gregorio XVI. Tras la muerte de Fernando VII en 1833, la regente María Cristina de Borbón tuvo que apoyarse en gobiernos liberales para ganar la Primera Guerra Carlista contra Carlos María Isidro de Borbón y los gobiernos liberales se enfrentaron abiertamente a la iglesia católica exigiendo además a Inguanzo juramento de lealtad a la reina Isabel II; él se negó inicialmente y en 1836 el arzobispo murió en Toledo, postergado de la vida pública por sus ideas políticas y retirado del mundo. Tras su fallecimiento, y debido al enfrentamiento entre los sucesivos gobiernos liberales y la iglesia, la vacante no se cubrió hasta 1847. Su retrato fue pintado por Vicente López (1772-1850) y su busto de bronce, realizado por la gijonesa Delfina Cristina Carreño, (1924-1991), se encuentra situado en la plaza de Cristo Rey de Llanes.[6][7] Obras
Notas
Bibliografía
Véase tambiénEnlaces externos
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