Magnae Dei Matris
Magnae Dei Matris (en español, De la gran Madre de Dios) es la cuadragésima cuarta encíclica de León XIII, y la quinta de ellas que dedica al Rosario[1], fue publicada el 8 de septiembre de 1892. Encíclicas de León XIII sobre el rosarioEsta sección es un extracto de Anexo:Encíclicas de León XIII sobre el rosario.[editar] Dentro de los escritos marianos de León XIII, se encuentra un conjunto de once[2] encíclicas sobre el Rosario. Un buen número de ellas suponen un exhortación a los obispos para que promuevan el rezo del rosario, de modo que durante el mes de octubre se rece el rosario de modo solemne en las principales iglesias de sus diócesis; por este motivo, varias de sus encíclicas las publica en septiembre, o a finales de agosto, para preparar el que, denominó, mes de Nuestra Señora del Rosario.[3] Concedió además especiales indulgencias para los fieles que participasen en esas ceremonias.[4] Algunas de estas encíclicas desarrollan con cierta amplitud aspectos doctrinales de la devoción a la Virgen, o de su intercesión por los que acuden a Ella en sus necesidades. La opción del papa por el rezo de Rosario, para defender la fe y la vida cristiana, fue lógica y eficaz. De hecho a partir de su pontificado el Rosario ha conseguido el rango de la categoría de una devoción cercana a la liturgia de la Iglesia.[5] Contenido de la encíclica
Tras esas palabras el papa se refiere al modo en que ha crecido en él la devoción y el amor a María Santísima, una devoción -explica- que puede decirse que recibió con la leca materna, y que se hizo especialmente al ser elevado a la sede de Pedro, poniendo en María su esperanza. Por ello aprovecha la cercanía del mes de octubre para recomendar, como ha hecho en otras ocasiones, a fin de que ese mes, consagrado a Nuestra Reina del Santo Rosario, se celebre con el mayor fervor, considerando las apremiantes necesidades que presenta el tiempo actual. En este sentido el papa se duele del viento de ignorancia, error y corrupción que se extiende por la sociedad, y se refiere expresamente al modo en que en las escuelas públicas se ignora a Dios, o incluso se menosprecia. Una situación que debe remediarse con la oración; utilizando como arma el Santo Rosario, tal como Santo Domingo, hizo frente a la herejía albigense. Recurrir a la Virgen es recurrir a la Madre de la Misericordia, pues ella está como intercesora, por encima de todos los hombres y todos los ángeles. Por ellos cuando le saludamos con la salutación angelical, le recordamos su papel en la encarnación del Verbo y el modo en que ella está unida a la pasión de su Hijo.
El papa insiste a continuación en que María conoce bien nuestros problemas, y puede y desea ayudarnos. Por esto hay que acudir a ella alegres y confiados valiéndose de la oración que ella misma nos ha enseñado. Una oración que tiene además la ventaja de proporcionar un medio sencillísimo de enseñarnos las principales verdades de la fe, pues nos recuerda los principales misterios de nuestra Religión.
El rosario mueve también a conformar la vida del cristiano según las normas de vida trazadas en los evangelios, pues sabiendo que la fe sin obras es fe muerta, recordar las verdades de la fe lleva a ponerlas en obra. Los misterios del rosario nos ponen delante la obra de la Redención obrada por Cristo, sus enseñanzas, su ejemplo de vida y la ingratitud con que la humanidad respondió a su amor hacia los hombres, que le llevó a la muerte en la cruz. Ante esa respuesta el papa considera que
Pero además, el rosario, presenta también los ejemplos de la virtud de María, de modo que si elevados ejemplos de Cristo podrían acobardarnos, los de su Madre nos animan por la identidad de nuestra naturaleza humana, y nos llenan de confianza en su imitación. Basta para ello implorar su socorro, utilizando también las palabras de la Salve: A ti suspiramos gimiendo y llorando en este valle de lágrimas... Vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos..
Al final de la encíclica, el papa, tras recordar que mantiene y confirma las indulgencias concedidas en años anteriores[b] para los que cumplen durante el próximo mes de octubre las oraciones y condiciones previstas, concluye la encíclica recordando como expresa al comienzo de ella la devoción y confiada gratitud que siente por Nuestra Señora; favores entre los que considera el que se le haya concedido alcanzar el quincuagésimo año de sus consagración episcopal[c], y si Dios el concede llegar a ese aniversario este se ocasión para que todos los fieles cristianos reciban, tal como él pide a Dios abundantes frutos de justicia, de paz, de prosperidad, de santificación, y de todo bien, Véase también
Bibliografía
Notas
Referencias
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