Juan Bautista Aguirre
Juan Bautista Aguirre y Carbo (Daule, actual Ecuador, 11 de abril de 1725 - Tívoli, actual Italia, 15 de junio de 1786) fue un notable filósofo, poeta y científico de la América colonial. Se lo considera uno de los precursores de la poesía hispanoamericana y ecuatoriana y un renovador de la escolástica de la Real Audiencia de Quito. BiografíaOrígenes y primeros añosFue hijo del capitán de milicias Carlos Aguirre Ponce de Solís y de Teresa Carbo Cerezo,[1] ambos guayaquileños que formaban una familia ilustre de esa ciudad. Estudió en el Colegio Seminario de San Luis de Quito, en donde residió treinta años, casi la mitad de su vida. Sería durante esta época que desarrollaría sus principales escritos literarios. Uno de ellos, que le caracterizó por muchos años como poeta fue la sátira titulada "Breve diseño de las ciudades de Guayaquil y Quito". Ahí compararía a ambas ciudades hablando positivamente de la primera y negativamente de la segunda. Antes del descubrimiento del resto de su obra poética, este escrito era uno de los que más llamaba la atención e hizo que fuera considerado por mucho tiempo como un mero poeta festivo. Esta opinión fue la que prevaleció entre importantes críticos literarios decimonónicos como Juan León Mera y Pablo Herrera González. Fue profesor de retórica desde 1756. Dos años después ingresaría en la Compañía de Jesús cuando hizo los últimos votos. Fue un escritor prolífico y entre 1757 y 1759 publicó tres tratados de filosofía, y en 1761 uno de Derecho Canónico. Destacó como orador y poeta en la congregación de San Francisco Javier. En esa institución sería además Prefecto de la congregación y secretario consultor del Provincial de Quito a partir del año de 1765. Su prestigio lo ganó tanto en la universidad como catedrático como en el púlpito como predicador. Se caracterizó por su gran memoria y curiosidad que lo guiaba siempre a aprender los últimos descubrimientos científicos. Además de ello, también fue un respetado médico. Se debe recordar que los estudios en esta disciplina estaban reformándose a partir de la apertura de la Facultad de medicina en la Universidad de Santo Tomás, de la orden dominica. Aguirre, jesuita, buscaba dar prestigio a su orden en esta disciplina también. El terremoto de Latacunga de 1759La segunda mitad del siglo XVIII se caracterizó por dos terremotos importantes que destruirían las poblaciones en los andes de Ecuador, el de Latacunga de 1759 y el de Riobamba de 1797. Aguirre presenciaría el primero de ellos, y como era costumbre, los oradores prestigiosos eran solicitados durante las ceremonias respectivas ante el lamento por esta catástrofe natural que causaría muchos fallecidos. Su fama de orador hizo que le pidan realizar su "Oración fúnebre" que sería predicada ante las exequias del Obispo de Quito, Juan Nieto Polo del Aguila. Su prestigio y habilidad para la retórica quedarían evidenciadas en este hecho, como uno de los pocos documentos historiográficos que evidencian su talento como orador pero sobre todo, su profunda espiritualidad. Se conoce que vivía una vida ascética en su día a día, al punto que se encontraría usando un cilicio en el día de su muerte.[2] Mucho se ha destacado su valor como literato o como científico y renovador de la escolástica quiteña, sin embargo, esto nunca fue un impedimento para que lleve una vida espiritual que le permitía llevar a cabo sus responsabilidades pastorales. Para afrontar la crisis, en la Carta pastoral identifica cuatro desórdenes que se debían remediar. Primero a su parecer se debía hacer un examen reflexivo sobre el comportamiento ya sea por negligencia ante obligaciones o extorsiones e injusticias que puedan haber sucedido entre los vecinos de la ciudad. El segundo desorden era a su parecer la irreverencia de los católicos en los templos, algo que se debía remediar para mostrar la actitud correcta ante los lugares sagrados. El tercero, que usualmente recibía castigo era por común aunque poco perseguido por la justicia terrenal el de los concubinatos e inmoralidad. Por último, también se debía examinar los odios, y las enemistades, principalmente entre personas de distinción.[3] La revolución de los estancosEl historiador Isaac J. Barrera destaca el prestigio de Aguirre ante la Revolución de los Estancos cuando varios barrios de Quito se alzaron contra la autoridad real y asaltaron las casas del estanco y aduana. La autoridad que tenían los oidores ante este hecho fue inútil por lo que buscaron la medida acostumbrada de pasear el Santísimo entre el gentío para calmar los ánimos aunque esta vez sin efecto.[4]
La expulsión de los jesuitasEnseñó en Quito en la Universidad de San Gregorio Magno hasta que los jesuitas fueron expulsados de Hispanoamérica en 1767. El 20 de agosto de ese año partió de Guayaquil con rumbo a Faenza, Italia, lugar de confinamiento para los jesuitas quiteños. En su viaje fue por Panamá, La Habana, Cádiz hasta llegar a Italia. Todo esto a bordo de la fragata Venganza. Fue uno de los pocos americanos que ocuparon cargos de consideración en el exilio. La información que existe de su vida se basa en la "relación" escrita por el Monseñor Pimienta Arcediano de Tivoli. Ya en Italia, fue superior del convento jesuita en Ravena y rector del Colegio en Ferrara hasta la supresión de la Compañía. Luego de extinguida la orden de los jesuitas por el Papa Clemente XIV en 1773, fijó su residencia en Roma bajo el pontificado de Pío VI. Fue amigo del obispo de Tívoli, monseñor Gregorio Bamaba Chiaramonti, futuro Pío VII.[5] Además era tomado en cuenta por sus conocimientos médicos por lo que se le consultaba continuamente para asistir al médico del Papa Clemente XIII, de ahí la famosa frase que da fe de su prestigio: “¿Cuál habría sido la suerte de los mortales si cada médico hubiera sido proveído de la ciencia medicinal como el P. Aguirre?”.[6] Tuvo que mudarse a esa ciudad por razones de salud en 1780. Allí fue respetado como uno de los mejores teólogos de Italia. Esta sección es un extracto de Jesuitas quiteños del extrañamiento § Discusión acerca de Juan Bautista Aguirre.[editar]
Uno de los jesuitas más destacado y que no fue incluido por Juan de Velasco en el Ocioso de Faenza fue sin duda Juan Bautista Aguirre. Esto sería motivo de estudio en años posteriores para conjeturar acerca de las posibles razones. Una de ellas se debe a la lejanía puesto que Aguirre viviría en Tívoli. Otra también sería el papel importante que tuvo Aguirre en Italia durante esta última etapa de su vida por sus conocimientos médicos y el hecho que era consultado en los estados pontificios por sus servicios, algo que lo mantendría alejado. Algo similar ocurriría con Pedro Berroeta que después tendría la oportunidad de trabajar en Sevilla lo que le distanciaría del resto de jesuitas en Italia. A pesar de la ausencia expresa de Aguirre, su presencia implícita a través de su estilo literario se hace notar puesto que sirven como base para el estudio del resto de poemas:[7]
Murió en Tívoli el día 15 de junio de 1786 a los 61 años de edad tras una grave enfermedad que duró seis meses y fue enterrado en la iglesia de los jesuitas. Durante sus últimos años vivió una vida espiritual muy intensa y se mortificaba, por lo que al final se encontró en su pierna, clavada en su carne un cilicio. PoesíaComo escritor Juan Bautista Aguirre cultivó la oratoria religiosa, y como filósofo redactó gran número de versos que responden a una amplia temática que va desde los poemas religiosos y morales a los de tipo amoroso, hasta temáticas mitológicas. Su poesía se encuentra muy anclada en la corriente gongorina.[8] De las primeras referencias que se tiene de crítica literaria sobre la obra de Aguirre está la publicación de Pedro Fermín Cevallos en 1981 cuando publicó en el periódico literario de Quito llamado El Iris un boceto biográfico del poeta buscando que se conozca su figura como filósofo destacado y científico. Además también publicó sus décimas, donde se burla de Quito por ser oriundo de Daule. Juan León Mera tomó en cuenta la obra de Aguirre en su libro Ojeada histórico crítica, pero al no contar con todos los poemas publicados su juicio más bien fue negativo. Por esta razón, pese a ser el ahora el mayor poeta de la Real Audiencia, lo que luego sería el Ecuador, permaneció desconocido y subestimado por mucho tiempo. No fue hasta 1918 cuando el crítico literario Gonzalo Zaldumbide le devolvió su merecido sitial por medio de un artículo titulado "Un Gran poeta guayaquileño del S.XVIII, el Padre Juan Bautista Aguirre". Sin embargo, el resto de sus manuscritos no fueron descubiertos hasta 1937, cuando se encontraron sus "Versos castellanos, obras juveniles, misceláneas", entre los cuales destaca la epístola en décimas "Breve diseño de las ciudades de Guayaquil y Quito".[8] Sus estudios sobre el poeta continuaron y a pesar de que Aguirre formó parte del grupo de jesuitas expulsados, junto con Espinosa Pólit decidieron dedicarle un libro aparte dentro de su publicación llamada "Biblioteca Ecuatoriana Mínima". Es por esta razón que tanto Antonio de Bastidas, Jacinto de Evia, como Juan Bautista Aguirre forman parte de un grupo distinto de poetas en un libro propio, a diferencia del grupo llamado "Los Jesuitas Quiteños del Extrañamiento".[9] Aguirre también fue criticado por escritores españoles. A juicio de Miquel Batllori, fue “buen poeta, aunque retrasado gongorino”. Por otro lado, Menéndez y Pelayo destacó sobre el autor sus “resabios conceptistas”.[10] Su obra sigue siendo importante en la actualidad y el escritor Miguel Donoso Pareja decidió empezar su libro Ecuador: Identidad o Esquizofrenia refiriéndose al poema "Breve Diseño de las Ciudades de Guayaquil y Quito" para realizar su respuesta a "Ecuador Señas Particulares", escrito por Jorge Enrique Adoum, donde critica el regionalismo implícito en su obra. Carta a Lizardo es uno de sus poemas más aclamados y también uno que no conoció Juan León Mera por lo que su crítica a juicio Zaldumbide tenía este grave error de omisión. Aquí se destaca la temática existencialista del que considera una de sus principales obras "En la poesía de Aguirre, por encima de estas tristezas sobreañadidas, está la esencial tristeza de tener que vivir muriendo. Y la conciencia que el hombre tiene del fugaz destino, el poeta la comunica a todo lo que pasa y muda sobre la haz de la tierra." La primera estrofa empieza:[3]
EscolásticaAntes que como poeta, Aguirre fue conocido por sus trabajos filosóficos y teológicos, puesto que por eso destacó durante su vida, tanto en su estancia en Ecuador, donde fue profesor de Eugenio Espejo, como en Italia donde era constantemente consultado por su autoridad en la física y metafísica. La recepción inicial a su tratado de metafísica fue criticada por Eugenio Espejo quien mostraba una relación ambivalente con Aguirre en sus libros El Nuevo Luciano de Quito y La Ciencia Blancardina. En ellos Espejo se refería a Aguirre como su maestro, sin embargo no se encontraba conforme con su tratado de metafísica, llegando a preferir lo desarrollado por el padre Juan de Hospital. Además, según testimonio de Zaldumbide, su obra filosófica al igual que literaria corrieron el riesgo de perderse debido a que su exilio en Italia dificultaba la identificación de sus manuscritos, especialmente el Cursus Philosophicus que incluía un tomo sobre la lógica, otro sobre la física y un último sobre la metafísica. Sobre esto hacía referencia Espejo, pero su conocimiento probablemente fue oral dentro de las cátedras universitarias. En la actualidad se reeditó el tomo sobre la física de su tratado filosófico, donde se encuentra traducido del latín y comentado a través de una introducción. No existe aún una publicación sobre la lógica y la metafísica, sin embargo esta carencia puede ser suplida con las "Theses Universae Philosophiae" que fueron escritas en 1759 por su discípulo José María Linati y que posteriormente fueron publicadas por la imprenta de los jesuitas. Su Tratado está formado por cuatro libros, en los que, siguiendo la tradición escolástica se estructura, a partir de siete disputatio con las que se establecen cuarenta y tres cuestionamientos y para los que, a través de artículos, se dan múltiples respuestas a los mismos en forma de aserciones y objeciones.[11] En el libro primero trata cuatro disputaciones sobre los principios, la materia, esencia propiedades; la forma sustancial; y la unión y compuesto sustancial. Estos conceptos aristotélicos serían la base del resto de la obra. En el segundo libro en cambio se dedica a sutilizar sobre las causas extrínsecas que afectan la materia y la sustancia. Es decir los accidentes en su sistema filosófico. Como parte del tercer libro desarrolla ahora el mundo, el cielo y los elementos que lo compone. Es aquí cuando trata acerca de los descubrimientos científicos que se habían desarrollado desde el siglo XVI en adelante, comparando las distintas cosmologías y tomando partido por la de Tycho Brahe. Por último en el cuarto libro desarrolla el concepto del lugar, el vacío y el tiempo, lo que le permite discutir sobre la naturaleza del continuo en la geometría y su importancia para el concepto del vacío. Es importante notar que el aspecto científico de su obra no mermaba su estilo literario por lo que podemos ver desde el inicio de su libro, en el Proemio, Aguirre nos comparte su conocimiento con buen gusto, invitándonos a apreciar las maravillas de las investigaciones biológicas a venir:[12]
Por otro lado, debido a sus estudios médicos, pudo desarrollar disputaciones sobre microbiología en donde la filosofía aristotélica y las observaciones empíricas encuentran armonía mientras Aguirre describe con mucho estilo: la naturaleza y sus principios, la materia, su esencia, propiedades, de la forma, la unión y del compuesto sustancial. Aguirre estudiaba la vida microbiana con la ayuda de microscopios traídos de Europa por el padre Juan de Hospital, deleitándose en enseñar las formas y movimientos de esas criaturas, llamadas en el siglo XVIII “corpúsculos”.[13] Listado de obrasNo toda su obra está reeditada. Una de las citas más antiguas que hace referencia a sus escritos es de L. Hervás, persona que conoció en Italia, donde resalta la amplitud de los tópicos que abordó Aguirre: un curso filosófico en tres volúmenes titulado "Tratado polémico dogmático" (uno de ellos trata sobre elementos físico-matemáticos), una obra latina sobre el culto al Sagrado Corazón de Jesús; varios libros con tratados de teología dogmática; otros sobre resoluciones públicas de casos morales; un tomo latino contra los puros deístas; y otro de poesías latinas y españolas.[10] Filosofía, teología y derechoBautista Aguirre en sus escritos logró destacar tanto en el arte ya que fue considerado por Gonzalo Zaldumbide como el mejor poeta de la Real Audiencia de Quito,[3] así como en la filosofía, ya que según Samuel Guerra,[14] renovó la escolástica que estaba entrando en decadencia durante el siglo XVIII al hacer uso de evidencia empírica y darle un carácter más científico a su Tratado de Física.
PoesíaSu poesía fue descubierta paulatinamente, por lo que la crítica literaria cambió su ponderación de manera correspondiente. Sobre los poemas que sobrevivieron y fueron tomados en cuenta durante el siglo XIX, se añadirían nuevas publicaciones de su obra literaria en 1943 bajo el título de "Un olvidado poeta colonial Juan Bautista Aguirre" por Emilio Carilla en la Universidad de Buenos Aires. A esto se sumaría el estudio por Gonzalo Zaldumbide que sería publicado en 1960 bajo el título de "Literatura patria, hitos".[15] Esto sería reunido para publicarse en el volumen más conocido que es el de "Obra lírica Versos Castellanos, Obras Juveniles, Misceláneas" del año de 1982.[2] Por último la Casa de la Cultura Ecuatoriana haría una edición de sus poesías completas en 322 páginas el año de 1987 como motivo del segundo centenario.[16] Dentro de sus principales poemas encontramos:
Oratoria
Ediciones de sus obras
Homenajes y distincionesAguirre es uno de los poetas más destacados del siglo XVII junto a José de Orozco y Pedro Berroeta. Su descubrimiento en pleno siglo XX fue un hecho aclamado que junto al estudio de los jesuitas quiteños del extrañamiento que hizo Aurelio Espinosa Pólit sirvió para construir el canon de escritores de esta época y conectar la literatura decimonónica con las primeras publicaciones de Bastidas en el siglo XVI. Sobre su estilo literario, Zaldumbide lo describe así:[3]
Además, fue una persona destacada en general, como religioso, como catedrático, como jesuita, tuvo siempre prestigio tanto en la Audiencia de Quito como en el exilio en Italia. En el recuento sobre la cultura del siglo XVIII que hace el historiador Barrera, dedica a Aguirre un capítulo al que considera junto a Eugenio Espejo y Juan de Velasco como uno de las tres personas más importantes de la época:[4]
Por otro lado, además de la poesía también destacó en la filosofía. El primero en notarlo abiertamente sería Eugenio Espejo quien en sus escritos diría que Aguirre trató la "Lógica", es decir esta rama de la filosofía en específico, con solidez y "sutilizó más que ninguno había sutilizado hasta entonces".[17] Sus escritos a juicio de Espejo se caracterizan por una "imaginación fogosa", complementado con un "ingenio pronto y sutil". Su tratado sería reeditado en 1982, y sus escritos en latín traducidos por el latinista Federico Yépez. Ahí se puede ver como sigue a Aristóteles y Suárez, defiende la cosmología de Tycho Brahe y dedica una disputación al continuo en las matemáticas. Si hay algo patente en sus escritos es que logró unir el rigor científico, el estilo literario y la esperanza religiosa. Termina su tratado de física diciendo a sus alumnos:[18]
Véase también
Referencias
Bibliografía
Enlaces externos
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