Isquemia agudaLa isquemia aguda (del griego ἴσχειν, ísjein, detener) es la supresión brusca del aporte de sangre a un determinado territorio tisular, como consecuencia de la obstrucción del flujo sanguíneo en una o más arterias. Etiología e incidenciaLas tres causas fundamentales capaces de producir una isquemia aguda son:
SíntomasIndependientemente de la causa que la produzca la isquemia aguda es un cuadro de dolor de instauración súbita acompañado de frialdad y palidez. El dolor es muy intenso y no responde a los calmantes habituales. Puede suceder en cualquier territorio pero lo más frecuente es que ocurra en las extremidades y, sobre todo, en las extremidades inferiores. En cuadros muy evolucionados puede aparecer falta de sensibilidad, parálisis e incluso gangrena franca. DiagnósticoEn la mayoría de las ocasiones es suficiente que el médico vea al paciente y le explore para llegar al diagnóstico de isquemia aguda. No obstante, es muy importante conocer si se trata de una trombosis o de una embolia, por lo que casi siempre será necesario realizar pruebas complementarias, entre las que se encuentran el electrocardiograma, el doppler y la arteriografía. Sin embargo clínicamente podemos destacar que por debajo de la oclusión de la arteria se pierde el pulso. Es decir no hallaríamos los pulsos en los miembros. Siempre se perderá el pulso medio TratamientoEl tratamiento dependerá del estado del paciente y de los resultados de las pruebas diagnósticas y podrá ser médico y/o quirúrgico. Cuando se trata de una embolia, generalmente el tratamiento es quirúrgico y consiste en extraer el coágulo del vaso afectado (embolectomía).Si la causa del problema es una trombosis, la situación puede manejarse inicialmente con tratamiento médico (analgésicos, anticoagulantes, fibrinolíticos, hemorreológicos), siendo necesaria en la mayoría de las ocasiones una intervención quirúrgica posterior (endarterectomía, angioplastia, «bypass»). PronósticoDependerá de cada caso pero, en términos generales, el factor pronóstico más importante es el tiempo transcurrido entre el inicio de los síntomas y el comienzo del tratamiento, que no debería ser superior a seis horas. Cuadros muy evolucionados pueden conducir a la amputación de la extremidad e incluso a la muerte por la existencia de complicaciones asociadas. |