Hilarión
San Hilarión (292 - †372) fue compañero de San Antonio Abad y fundador de la vida monástica en Palestina. Huyendo de la celebridad que sus milagros le granjearon, recorrió los desiertos de Egipto, por lo que es considerado uno de los padres del yermo. Pasó después a Sicilia, Dalmacia y la isla de Chipre y aquí terminó su vida en una ermita en el 372. Se le celebra el 21 de octubre. Vida y Actividad ReligiosaHilarión nació en una aldea al sur de Gaza, Palestina de padres paganos. Sus padres fueron adinerados y le mandaron a Egipto dónde recibió una educación bajo la tutela de un gramático. Allí, Hilarión "dio muestras de su gran ingenio y buenas costumbres. Al poco tiempo era amado por todos y llegó a ser muy versado en el arte de hablar." [1] Quizás durante esta época, Hilarión se convirtió en Cristiano y fue conocido por su desprecio de las populares formas de entretenimiento, prefiriendo participar en las asambleas de la Iglesia.[1] A escuchar del monje célebre Antonio, Hilarión se apresuró al desierto para observar el estilo de vida del famoso ermitaño.
Tras su visita a Antonio, Hilarión decidió comenzar su vida ascética da la misma manera que la empezó Antonio, en la soledad del desierto. Regresó a su patria y repartió su heredad entre sus hermanos y los pobres sin reservarse nada. "(Hilario) Recordaba sobre todo la palabra del Señor: El que no renuncia a todo lo que posee no puede ser mi discípulo".[1] El desierto de MaiumaCon solo quince años de edad, Hilarión se retiró al desierto cerca de Maiuma, una zona conocida por sus bandidos violentos.[2] Allí sufría de la dureza del clima y comía solamente quince higos después de la puesta del sol. Con el correr del tiempo, Hilarión se acostumbró de la vida ascética, pasó su tiempo "orando con frecuencia y salmodiando, trabajando la tierra con la azada, para que la fatiga del trabajo redoblara la de los ayunos.".[3] En muchas ocasiones, San Hilarión peleó con el demonio quién trataba de tentarlo con toda clase de placeres mundanos.[4] Sin embargo, Hilarión se mantuvo firme en la oración, el ayuno, la recitación de la escritura, la alabanza a Dios y la invocación del nombre de Jesús en momentos de prueba y angustia. Referencias
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