Francisco Pérez de Prado y Cuesta
Francisco Pérez de Prado y Cuesta (Aranda de Duero, 1678-Madrid, 1755)[notas 1] fue un religioso español, obispo de Teruel, comisario general de Cruzada e inquisidor general. BiografíaDe tendencia antirregalista,[1] fue fiscal de los tribunales inquisitoriales de Córdoba y de Sevilla y comisario general de Cruzada.[2] Nombrado obispo de Teruel en 1732, ocupó la mitra hasta su muerte en 1755. Allí impulsó en 1745 la creación de un colegio de la Compañía de Jesús, a pesar de la oposición de las autoridades de la ciudad así como de la mayoría de los clérigos y los cuatro conventos existentes, para quienes la escasa población de la ciudad no requería una nueva institución religiosa, además de manifestar cierto recelo frente a la actuación de Pérez de Prado, que solo tenía buenas palabras para los jesuitas y dejaba de lado a las restantes órdenes. Su carácter rigorista en el terreno de la moralidad pública provocó, de hecho, conflictos con las autoridades civiles a causa de los edictos promulgados por el obispado por los que se prohibían bailes, sátiras, corridas de toros, fuegos artificiales y otros actos que pudiesen atentar contra la decencia, especialmente cuando implicasen la participación en el mismo acto de hombres y mujeres mezclados.[3] El problema llegó hasta los tribunales porque las autoridades civiles consideraban que el obispo invadía sus competencias.[4] Desde 1746 gobernó la diócesis a través de vicarios al ser designado inquisidor general por Felipe V aunque, muerto el rey antes de ser confirmado, recibió las bulas de confirmación por el papa el 22 de agosto de 1746, reinando ya Fernando VI.[5][6] De su obra escrita destaca el Compendio de las tres leyes: natural, escrita y evangélica. Pérdida de la gracia en Adán y Eva, obra redactada durante sus años de fiscal en Sevilla, donde se publicó hacia 1726, con dedicatoria «A mis hermanos amados en N. Señor Jesv-Christo, los reconciliados por la Inquisición de Sevilla». Se ocupaba en ella del fenómeno del criptojudaísmo, sus costumbres y tradiciones, demostrando un profundo conocimiento de estas prácticas así como de la literatura rabínica. Pérez de Prado censuraba la forma de transmitir la religión a los hijos, que comparaba con la inocencia de Adán y Eva antes de ser tentados por la serpiente, así como la laxitud de los padres que bautizan a los hijos en lugar de circuncidarlos pero los educan en el judaísmo. Criticaba también el afán de otorgarse antiguos linajes, hasta remontarse a Abraham, aun cuando le constaba por su experiencia como fiscal que los que conocían más allá de su tercer abuelo eran una excepción.[7] NotasReferenciasBibliografía
|