"Víctor Laplace desarrolla, con acertadas pinceladas cotidianas y un clima que se detiene en la simplicidad y la ternura, una anécdota sin más pretensiones que las que se reflejan en la pantalla. Si el guion adolece por momentos de una simplicidad algo elemental y llega a un final repentino, Laplace sabe manejar estas deficiencias con el ardor de quien conoce ese micromundo hogareño pleno de sueños, de remordimientos y de perdones.[2]
«…hay un planteo fresco y bienintencionado que finalmente es consumido por roles esquemáticos y mensajes tan débiles como altisonantes. Entre postales del deterioro del nivel de vida en un pueblo chico (que podrían haber sido mejor aprovechadas) y una sensata puesta al día doméstica entre Juan y su familia, Laplace sigue tocando una cuerda (diríase "tragicómica"), que encuentra su peor momento en una confrontación padre-hijo que, se supone, es central.»[3]