«…una hermosa metáfora impulsada a través de situaciones alegóricas y sumbologías que engloban las sensaciones humanas, en especial, las de ganar o perder.»[1]
A.P. en El Menú escribió:
«….lo que construye es una salida bien patética para la crisis de las utopías donde a la resignación de una sociedad que cuenta con más de 3 millones de “amateurs” ya no se le puede conformar con un sueño cumplido pero no disfrutado como una especie de migaja espiritual que se tira a ver qué pasa.»[1]
«la adaptación…careció de ideas y rellenó el espacio teatral, originalmente abstracto, con figuras invitadas, chascarrillos inconducentes, ilustraciones sin vida y sin propósito…película cruel, sórdida, como la caridad humana que evoca: se regodea en el embrutecimiento y ofrece a cambio una piedad que encubre el desprecio…asoma una violencia inexplicable, feroz, ajena, incluso al planteo del filme…no es el argumento el que está contaminado por esta pulsión sino la cámara, los gestos de los actores, el tono de las voces, la rigidez de la planificación.»[1]
Manrupe y Portela escriben:
«…prolija …resulta una aburrida y peligrosa exaltación del conformismo temático y cinematográfico.»[1]
Manrupe, Raúl; Portela, María Alejandra (2003). Un diccionario de films argentinos II 1996-2002. Buenos Aires: Editorial Corregidor. pp. 8-9. ISBN950-05-1525-3.