Ecclesiam Dei
Ecclesiam Dei, en español, la Iglesia de Dios, es la 4ª encíclica de Pío XI, datada el 12 de noviembre de 1923, con motivo del tercer centenario del martirio de San Josafat en la que expone la labor realizada por este obispo greco-católico en favor de la unidad de la Iglesia. Contenido
Tras esta declaración de la unidad como nota característica de la Iglesia, el papa muestra cómo fue fundada en esa unidad y el papel que el mismo Cristo atribuyó al romano pontífice, como sucesor de San Pedro, en la salvaguarda de esa unidad, Pero aunque el enemigo del hombre no puede prevalecer contra la Iglesia, si ha podido arrancar de su seno un número pequeño de fieles, e incluso pueblos enteros. La separación de los bizantinosA continuación Pío XI se refiere con dolor a la que considera la mayor y más lamentable separación de la Iglesia ecuménica, la de los bizantinos. Una separación que persiste en su mayor parte, aunque pareció que los concilios de Lyon (1274) y Florencia podrían remediarlo. En esta separación participó también los eslavos orientales, aun cuando -tras el cisma de Miguel Cerulario- estos pueblos mantuvieron alguna relación con la Sede Apostólica que, interrumpida por las invasiones de los tártaros y los mongoles, se reanudó hasta que fue impedidas por los poderosos. Expone la encíclica los medios que desde el papado se han ido poniendo para recuperar esa unidad: en concreto, los intentos puestos por Gregorio VII (1073-1085), Honorio III (1216-1227), Gregorio IX (1227-1241) e Inocencio IV (1243-1254).[1] Fruto de esa labor fue la unidad que se obtuvo en 1255, que tuvo su principal expresión en la promesa de mantener esa santa unidad manifestada en el Concilio de Florencia (1431-145) por Isidoro, metropolitano de Kiev y Moscú, cardenal de la Iglesia Romana. Mantenida esa unidad en Kiev durante tiempo, distintas desavenencias y convulsiones políticas rompieron esa unidad, nuevamente renovada en 1595 por el Concilio de Brest, en la llamada Unión de Brest, declarada por el metropolitano de Kiev y otros obispos rutenos. El papa Clemente VII, formalizó esa unión mediante la constitución Magnus Dei. La lucha de San Josafat por la unidad de la IglesiaFacilitado este contexto histórico y eclesial el papa introduce con toda solemnidad el recuerdo de San Josafat.
Recoge la encíclica unos trazos con la biografía de San Josafat, bautizado con el nombre de Juan en la iglesia, separada de Roma, a la que pertenecían sus padres, todavía niño a la comunión con la iglesia católica, pero inspirado a restablecer la unidad de la Iglesia vio oportuno mantener el rito eslavo oriental y en 1604 fue recibido en un monasterio basiliano unido a Roma, cambiando su nombre por el de Josafat. Creció en las virtudes con singular amor a la Cruz, y años después fue elegido para regir como archimandrita el monasterio, desarrollando una intensa labor pastoral en su entorno, procurando en sus conciudadanos con abundantes frutos, la unión con la cátedra de Pedro. Nombrado obispo de Polotosk, amplió su campo de acción, trabajando de palabra y con sus escritos por la unión con Roma, manteniéndose siempre neutras en las cuestiones políticas. Martirio de San JosfatEsta obra de unidad la consolidó con su martirio, que enfrentó con entusiasmo pues, cuando fue advertido de las insidias que se tramaban contra su vida, expuso en una predicación su petición al Señor para que le "concediese poder derramar la sangre por la unidad y por la obediencia a la Sede Apostólica", ese deseo se cumplió el 12 de noviembre de 1623
Situación actual de esos pueblosLas tierras de los eslavos orientales ha sido recientemente desbastadas por disturbios y revueltas, y ensangrentadas por guerras.[2] Para aliviar tan grande cúmulo de miserias, el Papa ha tratado de prestar su ayuda, no movido por ningún fin humano, sino atender a los necesitados. Pero no pudo alcanzarse este objetivo, sino que se multiplicaron las ofensas, con desprecio a los sentimiento religiosos, con persecución incluso sangrienta de cristianos, sacerdotes y obispos. En estas circunstancias la conmemoración de San Josafat, proporciona una oportunidad de hacer una nueva llamada a todos los eslavos orientales para su unión en la Iglesia. Pide así a los disidentes y a todos los fieles que siguiendo el ejemplo de tan gran santo, estudien cada uno como cooperar con el papa, entendiendo que la unidad no será el resultado de discusiones sino el fruto de ejemplos y obras de santidad. Al considerar tantos males, la solemne conmemoración del distinguido Pastor de los eslavos nos reconforta no poco, porque nos ofrece la oportunidad de expresar los sentimientos paternos que nos animan hacia todos los eslavos orientales y de ponerlos ante ellos, como síntesis de todos los bienes, el retorno a la unidad ecuménica de la santa Iglesia. Así anima a los disidentes a conocer la verdadera vida de la Iglesia sin imputar a ella los pecados de particulares que la misma Iglesia condena y trata de corregir. El papa manifiesta el deseo de promover y renovar los trabajos de Pontificio Instituto Orienta fundado por Benedicto XV, pues un cocimiento de los hechos permitirá la reconciliación de unos con otros
En los últimos párrafos de la encíclica el papa quiere apoyarse en la fuerte devoción a la Santísima Virgen de los eslavos orientales, una devoción en la que destacó San Josafat. A María invoca el papa pidiendo la gracia de la unidad, acudiendo también a la intercesión de San Josafat y de todos los santos del cielo, especialmente a aquellos que florecieron entre los eslavos orientales. Véase también
Referencias
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