Cuius regio, eius religio es una frase latina que significa que la confesión religiosa del príncipe se aplica a todos los ciudadanos del territorio. Una traducción posible en castellano sería: «según sea la del rey, así será la religión [del reino]»; o más literalmente: «de quien rija, la religión» o «a tal rey, tal religión» o «de quien [es] la región, de él [es] la religión».
Su mayor importancia histórica está relacionada con la Reforma Protestante. La Paz de Augsburgo, firmada en 1555 entre el emperador Carlos V y la Liga de Esmalcalda, impone esta solución para los territorios alemanes, como compromiso entre católicos y protestantes. Con ello se concede confirmación imperial al principio promulgado en las Confesiones de Augsburgo de 1530.[2] El principio de "cuius regio" daba legitimación solo a dos religiones en el Sacro Imperio Romano Germánico, el catolicismo y el luteranismo, dejando atrás otras formas de cristianismo como el calvinismo, y las formas más radicales de anabaptismo. Otra práctica que se aleje de las dos anteriormente mencionadas, que eran las más comunes en el imperio, eran prohibidas y consideradas por la ley como heréticas y castigadas con la muerte.[3]
Notas y referencias
↑Steven Ozment: The Age of Reform 1250-1550, An Intellectual and Religious History of Late Medieval and Reformation Europe. New Haven, CT: Yale University Press, 1980, p.259.
En la maduración del estado moderno, comenzada en las postrimerías de la Edad Media, fue admitido como verdad absoluta el principio que identifica comunidad política con religión. El de nuestros días le identifica con la aconfesionalidad que es su contraria. Ese principio fue formulado años más tarde por Martín Lutero con la fórmula cuius regio eius religio que daba a los príncipes poder para imponer a sus súbditos el sistema de creencias que le parecía preferible. Los Reyes Católicos lo hubieran enunciado de otro modo -cuius religio eius regio-, porque entendían que el príncipe estaba al servicio de la religión del reino. En una u otra forma se entendía que sin esa identidad era imposible lograr el sometimiento de todos los súbditos a una misma norma objetiva de moral. De este modo la convivencia entre religiones diferentes se consideraba un obstáculo insalvable para la garantía del orden político... A finales del siglo XV la identificación entre religión y comunidad política era presentada como un signo de progreso.